Amar no era lo
mejor que sabía hacer, amar era lo peor que le podía pasar.
Sentado en la
esquina más espesa y oscura del callejón jugaba con el reflejo de una lejana
luz sobre el filo de su cuchillo.
Había llorado,
lágrimas que no le eran extrañas, pero nunca había llorado por amor. Había
sufrido maltratos físicos, había vivido prácticamente encerrado en una fría,
húmeda y olvidada habitación; comido sobras, bebido agua sucia, respirado
dolor.
Y llorado,
había llorado prácticamente desde que tenía memoria.
Pero nunca por
amor.
Dolía más que
los latigazos.
Más que el
hambre.
Que el frío.
Dolía más que
el propio dolor.
Ella lo había ignorado, porque
estaba seguro que sabía de él.
Pero nunca
más, podía ser un monstruo, un deforme que come basura y que duerme sobre sus
desperdicios. Pero tenía corazón, todo eso no consentía el destratarlo, hacer
de cuenta que no existía, todo el mundo lo hacía, pero a ella no se lo
permitiría.
Lo iba a
pagar.
Había
conseguido el cuchillo en la cocina del convento, lo había elegido
sigilosamente mientras la imagen de su belleza le arrancaba más sollozos y lo
enterraba.
Lo había
llevado hondo, el calor del cuerpo y el frío del olvido, subiendo a las puertas
del paraíso para salir por la de servicio, hacia el infierno. Del recuerdo de
las risas al llanto del mismo, lo llevó de ser un niño de luz a un vejestorio,
eterno otoño, sus hojas, arrugas, disimulado amor y externo dolor.
Amar no era lo
mejor que sabía hacer, amar era lo peor que le podía pasar.
Sentado en la
esquina más espesa y oscura del callejón jugaba con el reflejo de una lejana
luz sobre el filo de su cuchillo.
Y recordaba.
No había
conocido a sus padres, lo habían abandonado al nacer, y él suponía que era por
su aspecto, que al ver a su hijo deberían de haber pensado que era un monstruo
(él lo pensaba). Por lo que consideraba que había nacido cuatro horas después
de su nacimiento natural, y lo había hecho frente a las grandes puertas dobles
de la Catedral
de Notre Dame, un viernes que la lluvia intento borrarle el rostro y la joroba.
Inútil
intento.