viernes, 30 de noviembre de 2012

El Hombre Que Colgaba de Sí Mismo (1º Parte de 4)




No veía nada, no oía nada y no sentía nada.
Solo había en mi, olor a moho.

Cuando desperté me encontré desorientado, mareado de oscuridad e imágenes inconexas producto de mí alocada mente que buscaba con frenesí darme una referencia. El silencio era tal que parecía zumbar a mí alrededor, aleteando como unas diminutas luciérnagas ciegas en mis oídos que chocaban con las paredes y cosquilleaban en los tímpanos.
Nada se veía.
Traté de mover las manos pero fue en vano, intenté con las piernas pero el resultado fue el mismo, sentía un apretujón en el pecho y la sangre que parecía costarle recorrer mis venas.
Moví un pie. No hubo gran problema al hacerlo, solo que; no sentí nada debajo de ellos.
Mierda…, estaba colgando.
Intenté gritar, un poco por miedo y otro poco para no sentirme tan solo y desbordado; el caso fue que el grito murió antes de nacer. Una cinta me cruzaba la boca.
Horrorizado me di cuenta de una sola cosa, no había llegado a ese lugar por ningún tipo de accidente, estaba ahí en esa habitación fría, oscura y herméticamente silenciosa porque alguien así lo había deseado.
No podría describir con palabras el sentimiento al descubrirme en esa postura, ni decir que los latidos del corazón querían partirme el pecho podría expresarlo apropiadamente; nada en este mundo prepara a alguien para semejante descubrimiento.

martes, 27 de noviembre de 2012

El Sueño de las Mil Caras




Jugar al futbol no era lo de él, sabía perfectamente que había nacido para ser actor o escritor. Por supuesto que le llevó años darse cuenta de que podía hacerse algún dinero con eso, o no hacer ni un peso, pero ser feliz.
En la cancha, cuando recibía una patada por más leve que fuera, caía al pasto como si le hubiesen dado un hondazo en la pierna, daba mil vueltas tomándose la pierna mientras los gritos de los otros chicos inundaban la canchita del barrio.
            –Dejá de pelotudear Francisco, levantate que siempre haces lo mismo.
            –No te vamos a invitar más a jugar.
            No sabía si exageraba porque le gustaba hacerlo ó por el olor del pasto cuando estaba tirado, ó era tal vez el rumor de la brisa que lo acariciaba mientras mantenía los ojos cerrados e imaginaba estar tendido en un campo de batallas, o quizá escondido detrás de las tablas de la casa abandonada escudriñando en la oscuridad a unos vampiros sedientos.
            Muchas veces soñaba que volaba, en ese sueño siempre lo hacía cuando nadie lo veía e iba corriendo a decirle a su madre con excitación “¡Mamá, mirame… puedo volar!”, y corriendo se lanzaba de panza para caer con estrépito al suelo y llorar y darse cuenta de que solo volaba cuando nadie lo veía.
            A medida que los años pasaban parecía que cada vez se sumía más en un mundo de ensueño; ó de pesadillas, como a él le gustaban a fin de cuentas. Despertaba transpirado de las alucinaciones más locas que nunca creyó tener, las imágenes y voces danzaban en su habitación casi todas las noches.
            Comenzó a actuar y escribir, recordaba la canchita de futbol del barrio y sonreía al pensar que hacía lo que siempre había querido; el miedo de las noches le daba cuerda y escribía como un poseso, parecía que la tinta de las primeras biromes se le iba a fundir en la dermis de los dedos. Años después se casó, tuvo tres hijos y cada vez menos podía hacerse un tiempo para escribir, lo de actuar había caído por el caño del lavamanos, así era la vida.
Poco a poco dejó de ir soñando con zombies, ya no había más vampiros ni brujos y se habían evaporado los fantasmas; pero lo que más le dolía era que había desaparecido la fantasía del vuelo.
            A medida que crecía, la vida se le iba nublando, claro que se enamoró y se casó, tuvo sus hijos que le dieron cinco nietos, por supuesto que era parte de su felicidad.
            Pero extrañaba volar.
            La sensación de miedo al no poder correr en los sueños, el olor a temor cuando unos hombres lobos corrían por los costados de los vagones del tren en el que viajaba, ó los chillidos de los vampiros en el carruaje con él escondido a un lado de las grandes ruedas de madera sintiendo los golpes del camino, todo eso había desaparecido.
            Ya no pensaba más que en ella, delgada, con su piel pálida cromada y la empuñadura de sándalo. Se la llevó a la boca mientras su mano derecha no solo temblaban por los 84 años de vida, sino también por el Parkinson que le acometía.
            Su dedo se deslizó mientras los recuerdos se posaron en mí, con 47 años menos caminando al altar.
            Me detuve en seco, la miré a Josefina, radiante con sus ojos negros inmensos que contrastaban con el vestido, me cubrí con una media sonrisa y le dije.
            –Tengo que volver a la canchita del barrio.
            El dedo del viejo yo dudó, solo dudó.

lunes, 19 de noviembre de 2012

El Hombre Alado Prefiere la Noche





             

              Solo lo sujetaban sus uñas al precipicio, aferrado a los ladrillos del edificio observaba la noche cruda envuelto en su soledad. Rastrillaba con sus ojos nocturnos en búsqueda de su presa, el hambre acalambraba su cerebro y nublaba la sensación de vida; el raquitismo de su razón, de la cordura.
            La llovizna mojaba su cresta y resbalaba por las alas negras, mojaba su piel marcando con las gotas deslizantes cada uno de sus espectaculares músculos, como si fuesen los dedos de un artista modelándolo con barro.
            Oyó el silbido de cada noche venir del callejón cuando la cacería era pobre, ella le salvaba el pellejo. Lo buscaban además, como lo que era, una criatura que vivía fuera del regazo del Señor. Pero que descansaba en el de ella. Dormía entre sus piernas cuando podía, rodeados de la niebla del amanecer. Su adoración lo cubría con una manta ni bien el sol comenzaba a despuntar, ese brillo que lo derretía y lo dejaba exhausto, que lo adormecía. No podía esperar el día en cualquier lado, sería la presa perfecta para sus cazadores.
            Esa noche lloviznaba, era hermoso sentir las gotas frías chocar su rostro, sentirlas libres, sin alas, sin ser diferentes unas de otras.
            Comía del animal que le había traído ella, lo devoraba mientras su amor lo miraba con la tristeza del corazón que lo ha perdido, que ha vivido su transformación, de un niño a una criatura sin denominación. Salvo la que le han dado en la ciudad, esa que antes lo acunaba como un hermoso humano y ahora le daba caza.
El hombre alado.
Volaba a su escondite antes que salga el sol, se despedía de su madre con lágrimas en los ojos, así era siempre y lo seguiría siendo. Sus plumas negras brillantes destellaban como hojas de acero cuando batía las alas y emprendía el regreso a la nada, a la soledad absoluta; a la reclusión de un ser incomprendido, como si fuese un animal peligroso.
El hombre le da caza a lo que no entiende, de una u otra forma, tratan de desaparecer aquello que no llegan a comprender, lo esconden o lo destruyen. Algunos inventan fábulas a su alrededor. Eso también es así, “lo que no sabemos, inventamos”, le había dicho su madre una noche que satisfecho descansaba en sus piernas mientras ella le acariciaba la negra cresta.
Planeaba hacía el destierro cuando una flecha le dio en el pecho, su madre dio un grito de angustia al verlo caer sobre las terrazas desiertas del inminente amanecer, se abalanzaron los cazadores sobre su cuerpo alado y atado de manos y pies, esperó. Fue al encuentro de los primeros rayos de sol entre los gritos de dolor de su madre y de los cazadores de esa furiosa ciudad; se derritieron sus alas entre las calles azules, el último aliento salió de su pecho en un susurro que solo su madre alcanzó a entender...  
“Me verás volver, a la ciudad de la furia…”.-



Soda Stereo - En La Ciudad de la Furia (Doble Vida - 1988)

Me veras volar
Por la ciudad de la furia
Donde nadie sabe de mi
Y yo soy parte de todos

Nada cambiara
Con un aviso de curva
En sus caras veo el temor
Ya no hay fabulas
En la ciudad de la furia

Me veras caer
Como un ave de presa
Me veras caer
Sobre terrazas desiertas
Te desnudaré
Por las calles azules
Me refugiaré
Antes que todos despierten

Me dejarás dormir al amanecer
Entre tus piernas
Entre tus piernas
Sabras ocultarme bien y desaparecer
Entre la niebla
Entre la niebla
Un hombre alado extraña la tierra

Me veras volar
Por la ciudad de la furia
Donde nadie sabe de mi
Y yo soy parte de todos

Con la luz del sol
Se derriten mis alas
Solo encuentro en la oscuridad
Lo que me une con la ciudad de la furia

Me veras caer
Como una flecha salvaje
Me veras caer
Entre vuelos fugaces
Buenos Aires se ve tan susceptible
Ese destino de furia es
Lo que en sus caras persiste

Me dejaras dormir al amanecer
Entre tus piernas
Entre tus piernas
Sabras ocultarme bien y desaparecer
Entre la niebla
Entre la niebla
Un hombre alado prefiere la noche

Me veras volver
Me veras volver
A la ciudad de la furia

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Una Larga Espera






–Hey. ¿Estás despierto?
–No sé, la verdad que no sé.
–…
–¿Por? ¿No podes dormir?
–¿Cómo mierda querés que duerma acá? Si vos podes decime como haces que te compro la receta.
–Yo me imagino cosas, como que me gano la lotería y soy millonario y todas las cosas que me podría comprar y todo lo que podría hacer con toda esa guita. ¿Entendes? Sueño viste, creo que soñando despierto me termino por dormir de verdad. Una locura, pero a mi me funciona… ¿Se vé algo?
–No, te juro que preferiría verlos venir que esperar en esta mierda. Cada dos por tres creo que los veo, parece que unas sombras se cruzan de un lado para el otro y me vuelven loco.
–Es el cansancio y la oscuridad que te juegan una mala pasada.
–Tengo frío.
–Y hambre capaz. Yo al menos tengo frío y hambre.
–Creo que en Malvinas los soldaditos debían de sentir algo parecido.
–Peor que esto Jorge. Peor, acordate que eran todos pendejos y tenian menos idea.
–Se me congelan los dedos boludo.
–A ellos se les pudrían los dedos de los pies, los borcegos llenos de agua y barro. Imaginate, el frío, la lluvia, el hambre, los fal que no andaban y los ingleses calentitos en los barcos cagandose de risa. ¿Te lo imaginas? Y el hijo de puta ese los mandó al muere; dos borrachos viendo quien la tenía más larga.
–Ella no tenía pija boludo jaja.
–Sabés lo que quiero decir.
–Sí. Ya sé.
–…
–¿Querés que vigile yo un rato? Supuestamente iban a venir a eso de las 6, amanece a las y media más o menos, y faltan como dos horas todavía.
–¿Quién te dio el laburo?, al final no me dijiste nada.
–¿Cuándo te fallé? Me dieron el laburo, lo hacemos y nos llevamos unos buenos “morlacos”.
–¿Cuánto dijiste que falta?
–Dos horas más o menos.
–Igual no voy a poder dormir, ni imaginándome como vos que gano la lotería.
–Te ponés boludo cuando queres, o cuando tenés frío. Menos mal que no vivo con vos.
–Creo que ya te habría metido una bala por el culo.
–Vos no podes hablar sin meter en algún momento la palabra culo.
–…

–Creo que ahí vienen, el único lugar para vigilar sin ser vistos era este y es una cagada, una verdadera cagada.
–Jode el sol saliendo.
–Lo que me rompe soberanamente las pelotas es que quieran que mate a esos tipos por dos mangos, con el frío que hace tendrían que pagar más.
–Shhh, callate boludo, hablá más bajo.
–Los tengo en la mira. Yo le doy al de la izquierda y vos al otro. Siempre me gustó reventarle la cabeza a los de la izquierda.
–Esperá. ¿Sabías que mi viejo fue montonero?
–¿Qué?...
–Montonero era mi viejo. Lo mataste más o menos a esta distancia, la que estoy yo de vos ahora. A quemarropa.
–No, pará boludo, ¿qué haces?, yo no…, todo este tiempo vos…No, no, no. No me m…
–El frío no se siente pedazo de marica.





lunes, 12 de noviembre de 2012

El Coro de la Abadía



El pasillo lucía inmenso, de esos que parece que no tienen fin, el techo era abovedado y alto con unos ventanales gigantes y sucios a los lados como si fuesen verdugos de la inquisición aguardando la orden.
Y estaba oscuro.
Anabella se hallaba sentada en el suelo, al lado de un banco de madera largo, ella prefirió el piso frío a las maderas rugosas como dedos de un viejo gitano; el piso era mejor, sin dudas.
Se abrazaba las rodillas hundiendo la cara entre ellas, tratando que estas lleguen a taparle los oídos, que dejen de llegarle esos sollozos lastimeros de los cuatro vientos. Desde que había llegado a esa lejana y solitaria abadía, voces de todos lados la estrechaban, susurros jadeantes como fuelles avivando el fuego.
Se balanceaba abrazada a si misma, y lloraba.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Un Café Frío




Más allá de que se juntaban para hablar un poco, cada vez los silencios eran más largos y menos incómodos.
–¿Qué es lo que te desvela?
“Que pregunta”, se dijo mientras miraba como la espuma del café giraba en sentido de las agujas del reloj impulsada por la cucharita danzante en su mano derecha. Tardó en contestar, por nada en particular, su mente estaba totalmente en blanco.
–La vida –dijo sin levantar la vista.
–Una respuesta como un abismo –trató de bromear su compañero de mesa.
–Ni más ni menos, la vida es como un abismo lleno de cosas que se instalan en un tiempo en particular, pero nada detiene la caída.
–Prefiero verlo como una escalada.
–Cada uno lo ve como lo vive. Vos escalas porque vivís abajo, yo caigo.
–Vos no tenés una mala vida, nunca la tuviste.
–Mejor que unos, peor que otros –dijo guiñando un ojo. –Nos conocemos de siempre, vivimos vidas distintas, si es que le podemos llamar vida.
–No te me pongas dramático. Somos de mundos distintos, uno de un lado, el otro en el otro; pero tenemos eso en común..
–Mundos distintos –repitió en un suspiro. –Cansa un poco, la monotonía quizá. Ya es todo previsible.
–Pensá primero como era cuando arrancamos y como es la cosa ahora. Totalmente distinto, no veo la monotonía.
–Vos lo ves siempre así, lo tuyo es más fácil.
–Nunca más equivocado en tu selección de palabras mi amigo blanco. Lo mío es lo más difícil, mucho más ahora que al principio. Demasiada tecnología no me ayuda para nada. –hizo una pausa, miró a su compañero todavía revolviendo el café.
–Dejá quieto eso y tomátelo, se te va a enfriar –le dijo rascándose la Trinidad obligando al ojo a cerrarse un instante.
–Mejor, una vez que nos encontramos acá, prefiero tomarlo frío. Allá abajo todo es caliente.
Se tomo el café frío de un solo trago, sonrió forzosamente y se levantó en silencio. Tomó el tridente que estaba apoyado a la ventana y volvió a guiñarle un ojo.
–Nos vemos en un par de años, me hace bien charlar con vos, es mejor que los psicoanalistas que me tocan, uno más pirado que el otro.
–No te hagas drama, hablemos cuando quieras que los que van allá arriba no creo que sean mejores, los santurrones son insoportables. Deberíamos dejarlos por acá nomás, junto con los abogados.
Rieron, uno más contento que el otro. Solo que ninguno de los dos sabia cual de ellos lo era.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Midgard (Los Grises)






Caminar en la absoluta soledad era abrumador, le quedaban las grabaciones y aquellos videos o archivos digitales que de vez en cuando sacaba de alguna casa, empresa o estación de televisión. Miraba o escuchaba los archivos para no perder la costumbre de la raza humana, de sus creadores. El aspecto no sería difícil, él había sido creado a su imagen y semejanza y solo bastaba un espejo, vidrio, charco, lago u océano para recordarlo. Pero necesitaba verlos y escucharlos, lo necesitaba para no sentirse del todo solo, más allá que cada año se juntaban los ocho en Flen esperando la noticia del renacimiento. Esperando que la runa con la imagen de Yemir se elevara por encima de la superficie y diera la señal. Más allá de todo eso, se sentían solos.
Según los cálculos exactos, se habían reunido en el noveno municipio quinientas setenta y cinco veces, no habían hablado entre ellos y casi no se habían mirado. Después de todo, eran robots y ninguno quería hablar con robots, sino, con humanos. Deseaban el día que recibieran la orden de la repoblación del planeta, un lugar todavía lúgubre, con aguas turbias, el cielo encapotado, las nubes cargadas de restos del virus, aunque con el aire cada minuto más puro y los animales cada segundo más vivos.