Creía que no había lugar que no hubiesen tapado,
trabado ó atado; pero de todas maneras hacía un esfuerzo por recordar cada uno
de los recovecos, ventanas, puertas, ventiluces y huecos posibles.
Creía que no había más; pero...
Fuera los sonidos de las pisadas sonaban rasposas sobre
las tablas y el pedregullo que rodeaba la casa, olfateaba el polvo que
levantaban fuera y que acompañaba la peste a podredumbre que se colaba por las
hendijas.
Cuando los vio estaba sentado fuera en el porche leyendo
“Mil Soles Espléndidos”, sufriendo con las mujeres que vivían en la casa del
zapatero, prácticamente encerradas en la prisión de su matrimonio y las celdas
de los golpes del marido.
A lo lejos, quizá unos ciento cincuenta metros, había un
eucalital; estaba ahí más o menos desde que tenía memoria, “cuando mamá todavía caminaba debajo de la parra
buscando los mejores racimos de uvas”,
pensó. Cientos de soldados firmes que esperaban la cierra que los mandase a ser
parte de algún alambrado o sostener un tendido eléctrico. Por entre su follaje
y el pasto que los rodeaba como un aura verde, aparecieron. Al principio creyó
que era el cuidador de la estancia “La Colorada” que estaba para el norte
pasando los eucaliptus. Siempre andaba merodeando los alrededores buscando una
vaca que se le había escapado ó algún potrillo rebelde, guasca en mano y el
sombrero alado que le cubría los ojos.
Pero no era Ramón, al menos no era el Ramón que siempre
andaba con el rebenque enroscado a la muñeca y los ojos inquietos buscando a
los animales que se le habían escapado.
Llevaba las botas de caña alta marrón claro, la bombacha
negra y el pañuelo blanco de siempre, pero estaba manchado. Al menos eso creyó
de lejos.
Bajó el libro lentamente y aguzó la vista, detrás de Ramón
apareció Verónica, la mujer del cuidador. Algo les había pasado porque ambos
caminaban con dificultades, el hombre parecía tener las piernas rotas y un
brazo doblado hacia atrás mientras que la mujer aparentaba tener un pie para
atrás y el cuello torcido.
Dejó
caer el libro cuando se incorporó de un salto, miró para adentro de la casa y
gritó.
–Julián,
llamá al pueblo y decíles que manden una ambulancia para las casas. –y salió
corriendo para el lado del eucalital.
–¿Qué,
Pà? –escuchó que le preguntaban entre pasos apresurados.
Paró
la carrera y se volteo hacia la casa al momento que Julián, su hijo de ocho
años, aparecía por la puerta.
–Llama
al pueblo y deciles que hubo un accidente, que manden una ambulancia urgente.
Ya!!! –ordenó volviendo a emprender la carrera.
Corrió
por la finca tratando de no caer, las toscas y tierra arada amontonada lo
obligaban a ir mirando por donde iba, al tiempo que levantaba la vista para
echar un vistazo a las personas que venían hacia él con dificultad.
–¿Están
bien? –les gritó cuando estaba a unos veinte metros de ellos, manteniendo la
vista al suelo procurando no caer. Trastabilló con el último de los canteros y
frenó la corrida para no desplomarse.
Debería
de dar gracias al cielo por eso.
Jadeando
volvió a mirar a los accidentados que venían hacía él, la primera impresión le
hizo pensar que la ambulancia nunca llegaría a tiempo, estaban realmente mal
heridos.
Las
manchas del pañuelo de Ramón eran de sangre seca, negra ya. Las piernas estaban
mal de verdad, apenas pudiendo caminar y su mujer no estaba mejor. Pero había
algo más... algo que dentro de todo lo que podía estar mal, marchaba peor.
Sus
ojos.
Estaban
en blanco. Casi fuera de las cuencas, como los ojos de una vaca muerta que pasó
días tirada al sol. La piel de los dos estaba de un color grisáceo, los labios
negros y una baba verdosa que le caía de la boca. Las ropas sucias y un olor
realmente nauseabundo, mierda mezclada con vómitos y pus de una herida
supurante.
No
era de un accidente, no señor; no lo era. ¿Entonces, que les pasaba?. ¿Qué
mierda tenían?
El
miedo lo paralizó, quedó encorvado tratando de recuperar el aliento, inflando
el pecho mientras el aire que entraba en sus pulmones se infectaba de ese aroma
nauseabundo.
Parecía
que trataban de hablar, de sus labios como finas líneas negras salían unos
murmullos que no alcanzó a entender.
Le
querían decir algo.
Oyó
ruido a ramas rotas y hojas que eran pisoteadas más atrás de ellos, y entre la
negrura de las sombras de la tarde que caía sobre los altos árboles, reparó en
varias siluetas ir emergiendo. Eran muchas, tal vez unas diez más.
Dio
un paso hacia atrás.
“¿Qué
mierda...?”, pensó Rogelio. “¿Qué mierda les pasó , quienes son esos?
Otro
paso para atrás.
Los
murmullos se hicieron más intensos, todos venían zumbando mientras andaban con
dificultad.
“Fantasmas”,
se dijo. “No, animas. O... quizá...”
Fue
recuperando el poder sobre sus músculos, obligándose a ir hacia atrás. Ramón y
Verónica ahora estaban a solo un par de metros y habían levantado los brazos
hacia él, susurrando. El miedo que sentía en ese momento le impedía escuchar
que decían, sus rostros estaban vacíos, los ojos vacuos, las ropas rajadas y
sucias con la piel manchada de verde moho.
Se
lanzó en carrera hacia su casa, sus piernas parecían fallar, pero no debía
ceder. Esto estaba mal, muy mal.
Subió
los escalones de un salto, sin poder esquivar el libro caído a un lado del
sillón, tuvo que hacer equilibrio con los brazos. Se tambaleó en la entrada de
la casa y cayó de panza.
Su
hijo estaba a unos pasos, frente a la mesita donde descansaba el teléfono; lo
tenía en la oreja. Más atrás estaba Mónica, su esposa, con cara de no entender
que pasaba. Tenía a la bebe en brazos.
–¿Rogelio?
–alcanzó a decir su esposa. –¿Qué pasó, cómo esta Don Ramón?
–Están...
Se
le había cerrado el estómago.
–¿Qué
pasó? –volvió a preguntar Mónica maniobrando con la bebe que estaba un tanto
inquieta.
–Están...,
están muertos. –dijo al fin.
–No
me contestan –anunció su hijo todavía con el teléfono en la mano.
–Llamá
a la policía, o a la radio. Alguien que nos venga a buscar ahora.
–Pero...
–Ahora
Julián, ahora. Yo tengo que...
Respiró
hondo y se puso en pie. Trataba de recuperarse, no solo de la carrera
desesperada, sino de la visión de la pareja y los demás que aparecieron detrás.
–¿Cómo
que muertos? –preguntó su esposa pasando a su lado y espiando por la puerta.
–Ahí están Rogelio, hay que ayudarlos. ¿Porqué los dejaste?, necesitan ayuda,
yo...
–Ni
se te ocurra Mónica. No entendes, están muertos.
–Pero...
–Muertos
que caminan Mónica, ¿entendes?. Caminan pero están muertos ó, no se... tienen
algo.
–Rogelio,
hay que ayudarlos. Miralos como están.
Su
esposa parecía no escucharlo, solo veía como venían caminando hacia la casa
tambaleándose como títeres en poder de un manco.
Rogelio
la toma de los brazos y la sacude.
–¿Me
estás escuchando? Están muertos, y no solo ellos. Mirá más atrás, entre la
paja.
Los
vio. Eran muchos.
–¿Todos
están lastimados?, ¿qué les pasó?
–Mujer,
¿no me oís?. Son muertos que caminan.
Mónica
lo miró buscando el tono de broma, algo que flotase a su alrededor que le
dijese que estaba bromeando, que estaba borracho ó alucinando.
Nada
de eso.
–¿Cómo...?
–Tenemos
que irnos ya. El camión no anda, Gerardo no vino a arreglarlo, tenía que venir
ayer a la tarde. Vamos a tener que irnos caminando, pero ahora. Se están
acercando y quieren algo. No se que, me lo decían, pero no les entendí nada.
–Julián,
agarra a tu hermana –le ordenó la madre y salió corriendo hacia la habitación.
–¿A
dónde vas mujer?, vámonos así nomás.
Monica
volvió al instante, llevaba un alhajero en la mano. Sacó a la bebe de los
brazos del niño y salió primera por la puerta. A lo lejos, vio a los muertos
que venían hacia su casa, eran mucho más que veinte. Todos caminaban con
dificultad, como en un mal sueño.
El
viento soplaba del norte y traía el hedor, la tierra arada hacía que de vez en
cuando uno de ellos cayese, les costaba ponerse en pie después.
–Vamos.
–le dijo su esposo tomándola del brazo y conduciéndola con él. En la otra mano
llevaba a su hijo que miraba hacia atrás. –No mires.
Salieron
los cuatro por el portón de entrada, el camino de tierra y arena se extendía
hasta el horizonte, rodeado por plantaciones de naranjas y mandarinas.
Rogelio
se paró de repente, sintió la mano de su hijo apretarle y las uñas de Mónica
hincarle la piel.
Ahora
sabía porqué Gerardo no había venido a arreglar el camión.
El
mecánico del pueblo llevaba una llave de tuercas en la mano, la tenía apenas
prendida y se balanceaba a cada paso que hacía. Con él venía el párroco, el
Padre Alberto y la secretaria de la iglesia, la señora de la tienda de ropas y
sus tres hijos pequeños. Alcanzaron a reconocer al dueño de la estación de
servicios con la barba llena de baba verde, también estaba el único abogado,
estaba más hinchado que de costumbre, parecía que el traje le explotaría en la
barriga.
Escucharon
los murmullos, pero venían de todos lados, algunas sombras se movían por entre
las plantas. Estaban prácticamente rodeados.
–Volvamos.
–Ordenó. –Volvamos a la casa.
Corrieron
de regreso, cuando entraron en la casa los cuerpos andantes estaban a solo
cincuenta metros de la casa.
Cerró
la puerta y corrió la llave. No alcanzaría. Había que cerrar todo.
Había
que cerrar todo ya.
Espero que no les sea complicado seguir un cuento en capítulos, pero demasiado largo para publicarlo de una. Me gusta hacerlo en entregas, solo espero que lo puedan seguir. (Consta de 5 partes)
ResponderEliminarPD: las lluvias caidas en estos días cortaron casi todos los servicios de internet, por lo tanto me pondré al día tratando de leer y comentar todos los blogs posibles, sepan disculpar.
Abrazos!
Yo te sigo, Walter.
ResponderEliminarMe reconozco adicta al té y a "The walking dead" así que imagina cómo voy a disfrutar con tu historia :)
No tardes!!!
Besos
(ah, no te agobies si no pasas por mi blog, libertad total)
Vero... ya pasaré porque me gusta mucho lo que escribís.
EliminarYo también soy fanático a "The Walking..." es más, espero los 5 dias que restan para la nueva temporada... lo del té lo cambio por el café.
Son gustos, vio?
Besos
PD: los iré publicando a dia por medio si me lo permite internet (los fines de semana no publico nada, por ende mañana cuelgo la segunda parte)
Te sigo, esta muy bueno. Tremenda foto.
ResponderEliminarun abraXo!
Gracias Marilyn... pensé lo mismo de la foto cuando la encontré. Me dije "Eureka!, esta es la foto ;)"
EliminarAbraXo!
Walter, yo me lo leeré del tirón.
ResponderEliminarPor favor pon aviso en el título cuando sea el final.
Dices que será cosa de ocho o diez días..., esperaré hasta entonces.
Muchas gracias y saludos!!
pd. Espero que esas lluvias no hayan ocasionado muchos más daños. Aquí ya tuvimos también nuestra ración recientemente.
Zavala:
EliminarPondré Final en el título, no te preocupes.
Y si lo prefieres te dejaré un comentario avisando eso en tu blog.
Las lluvias hicieron estragos pero sin lamentar víctimas, 280 ml de agua caída en algo más de tres días, pero fue todo material, calles cortadas y rotas... pero no mucho más, hemos pasado peores. Es más, tengo otro cuento largo en capitulos que escribí en 2009 cuando sucedio una gran inundación en una ciudad cercana.
Abrazo
Excelente prosa, Walter.
ResponderEliminarRealmente impregnás todo de un suspenso y una agonía impresionantes.
Zombis camperos de mi tierra gaucha (soy de un pequeñita ciudad del interior de la pcia. de Bs. As., de raigambre pecuaria de cría), tan bien descripta en el primer capítulo. ¡Qué buena idea!
Me quedo esperando con ansias por la continuación.
Un abrazo.
Juanito: vos por lo que vi en tu blog también sos lector de Stephen King, el decía en su libro On Writing (Mientras Escribo) y que me quedó muy grabado: “Uno tiene que escribir sobre lo que sabe… y hablar como hablamos”. Vivo en una ciudad de 45.000 habitantes, lindera con plantaciones de citrus y estancias con ganado; lleno de inmigrantes Italianos sobretodo y en menor medida Alemanes y Españoles. Trato de escribir sobre el lugar (te habrás dado cuenta que King casi siempre escribe sobre Maine o algún lugar cercano), no es que uno quiera terminar plagiando, pero es un muy buen concejo.
EliminarAbrazo grande amigo. Un placer como siempre tu visita.
Maravilloso tu blog es arte
ResponderEliminarRecomenzar, primero gracias por la visitar y segundo, a mi entender cada uno de los blog que existen son arte. En mayor o menor medida y a gusto del consumidor.
EliminarDe todas maneras, me tomo ese comentario como un gran halago.
Besos