lunes, 13 de agosto de 2012

Ventana al Arco Iris (5º Parte)



–Hola Mateo – oyó que le decían. La voz era calma, suave y raramente familiar.
Pero no abrió los ojos, los mantenía cerrados con fuerza.
–Estamos solos – le dijo. –Les he pedido que se fueran así podemos charlar un poco, tranquilos – Mateo no se movió, su respiración era más controlada, pero seguía aterrado. – Hoy has tenido un episodio en tu casa, con tus padres. ¿Te acordás de algo de lo que pasó?.
            La voz era tranquilizadora y su cuerpo comenzaba a agradecerlo, los agarrotados músculos se fueron aflojando a medida que las palabras entraban en él. Ya no sentía la opresión en el pecho, el griterío había disminuido casi por completo, pero seguían ahí.            Lentamente se llevó una mano a la nuca, dolía, supuso que debía tener una interesante marca.
           
            –Disculpá la falta de delicadeza de los enfermeros, pero actúan de acuerdo a lo que ven una vez que llegan al lugar del episodio. Supongo que no habrá sido nada agradable lo que encontraron – la voz ya no le parecía muy agradable. – Pero dejemos eso para otro día, ahora, podés abrir tus ojos.
            Otra de las cosas que no le agradó fue… “dejemos eso para otro día”.
            –Podés abrir los ojos si queres – le dijo la voz.
            No sabía si quería hacerlo o prefería seguir así, sumido en ese mundo que no llegaba a ser de penumbras, dejando apenas que la claridad de los fluorescentes penetre levemente la piel de los parpados y siga transformando todo en un suave naranja.
            –Prefiero tener los ojos cerrados – dijo el chico al fin.
            –Como quieras Mateo, como estés más cómodo.
            “Más cómodo estaría en mi casa”, se dijo, o tal vez se lo susurró una de las voces. Quizá fue Carolina, siempre tratando de que esté en un ambiente agradable, a salvo de la locura de las otras voces, y hasta de sí mismo.
            –¿Recordas algo de lo que pasó hoy en tu casa Mateo? – le preguntó la voz que se dio cuenta era de una mujer, ahora que estaba más calmo y el aturdimiento del griterío hacía que su sentido esté más aliviado.
            Abrió la boca para decirle que simplemente había bajado de su habitación para hablar con sus padres de un problema que tenía, un problema que tal vez hablándolo con ellos podía llegar a desaparecer. En algunas noches que había pasado despierto o nadando entre el sueño y la realidad de la noche fría, pensaba que si hablaba con ellos de su problema obtendría alguna solución o quizá ellos podrían aprender a vivir con eso. Formar una gran familia entre todos. Pero cerró la boca de inmediato, un brillo comenzó a gestarse en un punto lejano en medio del suave naranja de sus parpados, una pelota diminuta que se acercaba emitiendo un silbido finito. Luego, el silbido fue tomando fuerza transformándose en unas ruedas de hierro raspando unos oxidados rieles y la bola brillante estalló. Millones de esquirlas se esparcieron por doquier y una figura gris y difusa se alzó por entre ellas, como un reflejo sombrío en un baldío repleto de espejos rotos.
            Yo sé, no vos… yo estoy acá adentro… Nunca te quiso de verdad. Tal vez si al principio un poco, cuando eras bebé”, la figura crecía con su gris llenando todo el lugar de ese ponzoñoso color, atestando el espacio de una calurosa humedad parecida a la que experimentó en el despacho del psiquiatra la primera vez que fue.
            La figura se alzaba sobre él, amenazante. Riendo entre dientes, una risa siseante, como de una serpiente imperiosa. Sintió miedo y a la vez recordó que algo había sucedido con sus padres, y no era nada bueno. Pero no alcanzaba a recordar que era lo que había pasado, solo intuía fuertemente que algo no estaba bien.
            –Yo… no estoy seguro – le dijo. ¿O lo pensó?.
            Advertía el calor en sus ojos, ese sudor ardiente que crecía desde sus parpados y se expandía por la nariz y la frente, como planos tentáculos de un pulpo de lava.
            Yo sé, no vos… yo estoy acá adentro”.
            –No estoy seguro – dijo y comenzó a llorar, se llevó las manos a los ojos ardientes y se los frotó. El eco de la figura retumbaba en la sien y las lágrimas trataban vanamente en enfriar su piel. Esperó sentir la mano de la mujer rodearlo por los hombros, y unas suaves palmadas en la espalda, tal vez diciéndole que estaba bien que llore y se desahogue. Pero ella se quedó muda.
            Entonces, abrió los ojos.
            Dolió. No como duele cuando te pegan una trompada en la cara, ni como cuando te martillas el dedo en vez del clavo. Fue un dolor dulce y extraño, como apoyar el pie dormido sobre una baldosa helada, o quemarte los labios con café caliente.
            La visión del lugar tardó en aparecer, primero vio unas cortinas blancas mecerse por una brisa que ingresaba por la ventana abierta, apareció el marco, la pared; pudo darse cuenta que en realidad era solo una hoja de la ventana que estaba abierta. Afuera caía la noche, una nube oscura pero para nada amenazante cruzaba el firmamento celeste opaco y debajo de ella se iba tiñendo de un naranja fuerte. Por la ventana entraba esa brisa fresca y pura que jugaba con sus pelos y acariciaba su rostro. Le hubiese gustado ver el sol ponerse en el horizonte y no los altos edificios que se lo impedían, le hubiese encantado fundirse con él y desaparecer entre sus rayos, que lo acunen hasta que sus huesos fundidos vuelen en cenizas libres.
            Pero eso no pasaría.
            Los ojos dolían, la piel parecía arder y él estaba en un hospital para locos. Lo sabía, podía estar mal de la cabeza, pero no era boludo.
            –¿Estás mejor? – preguntó la mujer.
            Se había olvidado por un instante de ella mientras observaba el atardecer, movió la cabeza un poco a la izquierda intentando no desplazar los ojos que aun dolían.
            Cuando la vio entendió porque la voz le parecía conocida, no era que ella hubiese hablado mucho con él, pero lo había hecho lo suficiente como para que le sonase familiar. En realidad no lo hizo directamente con él, sino con el grupo. Era Lucrecia, la morocha que había conocido en el grupo del Sr. Scatularo, pero ¿no era ella un paciente? ¿Que hacía ahí con él?.
            Ella le sonrió, como adivinando sus pensamientos. Su rostro era dócil, el pelo negro y lacio caía como una cascada de brea sobre los hombros, sus ojos eran profundos, del mismo color del cabello y contrastaban con el pálido de su piel que a la vez resaltaban los labios.
            –¿Vos no…?
            –¿Estas mejor? – volvió a preguntar Lucrecia ensanchando apenas la sonrisa.
            –Un poco, sí.
            –Me llamo Lucrecia Ramirez – le dijo. – Soy Psiquiatra.
            El fuerte olor a pino lo devolvió de los recuerdos, le penetraba en los pulmones como acido de baterías. Lo que le había dicho El Negro antes de salir era verdad, no podía quedarse ahí esperando que algo suceda; tenía que lograr salir de ese lugar por sus propios medios.
            Un cosquilleó detrás de la nuca le erizó la piel y las voces se inquietaron.
            De a poco empezó a caminar los pasillos, a ir con más frecuencia a la sala de juegos o al comedor (que era el mismo lugar, solo que quitaban o ponían las mesas de juegos dependiendo el horario). Todo iba relativamente con normalidad, hasta que lo vió a José Luis, el de las gafas pasadas de moda del grupo, creyó que lo había confundido. Estaba un poco más gordo, aunque no mucho, llevaba la barba de semanas y un ambo blanco. En una de las manos portaba una tablilla para hacer anotaciones de vaya a saber uno de que cosas y en la otra una birome. Se fregó los ojos con fuerza, tal vez el cansancio le hacía confundirse, pero no, porque también vio al gordo de barba rojiza, estaba dentro del cubículo de las enfermeras resguardado tras los barrotes y repartía las pastillas.
            Todo era muy extraño, Lucrecia al parecer era doctora y José Luis con el gordo aparentemente trabajaban ahí; pero todas esas cosas no tenían sentido. Ellos estaban enfermos, como él, habían sido parte del grupo de Scatularo.
¿O no era así? ¿Y si en realidad el grupo nunca existió, si todo eso no fue más que un invento de su enfermiza cabeza? No podía ser, a ellos ya los conocía de antes. ¿Y la rubia, la hermosa mujer de cabellos dorados?
            “¿No te das cuenta que esto es un juego perverso que te están haciendo?, nos quieren expulsar y…”
            –¿Expulsar? – dijo Mateo tapando las palabras de Harry. – Esto no es un exorcismo.
            “¿Y como podes estar tan seguro?, ¿Cómo explicas lo del grupo?”
            No podía.
            “Te digo que esto es un experimento, quieren arrancarnos como si fuésemos garrapatas, parásitos de mierda. Hijo de puta que son”
            “Quizá sea cierto”, intervino Esteban.
            Mateo aguzó el oído, cuando hablaba Esteban era como escuchar al cacique de la tribu.
            “No podemos confiar en nadie”, dijo Harry.
Iba caminando por el pasillo rumbo a la habitación común, lugar donde los ronquidos, pedos y pesadillas en voz alta se mezclaban como calamares y pulpos luchando y soltando sus tintas. La siesta acechaba detrás de los parpados, las pastillas comenzaban a hacer efecto tranquilizador y los pasos pesaban cada vez más.
            “Tenemos que hacer algo, y pronto”, dijo Esteban.
            –¿Algo como que? – quiso saber Mateo. El pasillo se achicaba como una masa estirada en manos arrugadas, los fucilazos de sol penetraban los ventanales creando lagos refulgentes en medio de las baldosas negras y frías. No había cisnes, ni patos, ni totoras que decorasen con verdes. Eran simples lagos resplandecientes flotando en medio del pasillo, olor a pino envolvente, rajaduras de humedad en las paredes como ramas resquebrajadas que deseaban rozarlo.
            “…Pronto…”
            No hizo pie en uno de los charcos, y cayó, tambaleante y casi sin sentidos. Solo oía sus voces cantar, el mareo transformarse en olas rompiendo en algún arrecife mientras un arco iris estallaba en franjas multicolores.
            Luego el silencio, esa mudez que aturde con el constante pitido de la nada.
            “Despertate”, dijo Carolina suavemente.

5 comentarios:

  1. El arco iris. Mateo intentará abrir abrir la ventana?

    Saludos.

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  2. El arco iris. Mateo intentará abrir abrir la ventana?

    Saludos.

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  3. Quizá saltó por la ventana o quizá se ha hecho caída libre en un sueño.
    Seguimos pendiente...
    Un saludo Walter

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  4. Sigue el suspenso, siguen las incógnitas.
    Muy bueno, Walter.

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