El olor a
bosta y orina era penetrante, pero al menos las camas hechas de paja de los
animales amortiguaba sus pasos, con el cuchillo destruiría a ese payaso cueste
lo que cueste.
Estaba
a diez pasos en donde cobraban la entrada, sin saber que su asesino se acercaba
sigilosamente. Levantó el arma amasando la venganza, los años en que lloró y
mojó su cama esperando que el circo vuelva a su ciudad.
El
primer zarpazo le arrancó la cabeza, con el segundo le cercenó el brazo
izquierdo, sus alaridos se mezclaban con los gritos de la gente que presenciaba
el espectáculo mientras esperaba para pagar su entrada. Dos hombres de
seguridad lo redujeron y con una precintos lo ataron dejándolo ahí mismo.
–¿Qué
pasó– preguntó el dueño del circo.
–Un
loco destruyó el payaso de cartón.
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