jueves, 27 de septiembre de 2012
Juegos I (Hibernación)
Jugar juegos estaba bien, pero algunos eran peligrosos. El mago lo sabía ahora, siempre había tenido la sospecha de que sus actos lo eran, la confianza suponía su arma más potente y a la vez su peor enemiga.
La práctica hacía al maestro.
La práctica.
Sentado en relajación miraba esos ojos marrones como si fuese la primera vez, los estudiaba buscando la chispa adecuada.
La vio.
Dejó que de sus labios saliesen las palabras mágicas.
–Duérmete –dijo en un susurro.
Captó los labios frente a él abrirse apenas y decir una palabra también.
–Duérmete –escuchó.
Solo tenía un poco de conciencia, la suficiente para decirse que usar el espejo había sido una mala idea.
viernes, 21 de septiembre de 2012
Fría Paris
Amar no era lo
mejor que sabía hacer, amar era lo peor que le podía pasar.
Sentado en la
esquina más espesa y oscura del callejón jugaba con el reflejo de una lejana
luz sobre el filo de su cuchillo.
Había llorado,
lágrimas que no le eran extrañas, pero nunca había llorado por amor. Había
sufrido maltratos físicos, había vivido prácticamente encerrado en una fría,
húmeda y olvidada habitación; comido sobras, bebido agua sucia, respirado
dolor.
Y llorado,
había llorado prácticamente desde que tenía memoria.
Pero nunca por
amor.
Dolía más que
los latigazos.
Más que el
hambre.
Que el frío.
Dolía más que
el propio dolor.
Ella lo había ignorado, porque
estaba seguro que sabía de él.
Pero nunca
más, podía ser un monstruo, un deforme que come basura y que duerme sobre sus
desperdicios. Pero tenía corazón, todo eso no consentía el destratarlo, hacer
de cuenta que no existía, todo el mundo lo hacía, pero a ella no se lo
permitiría.
Lo iba a
pagar.
Había
conseguido el cuchillo en la cocina del convento, lo había elegido
sigilosamente mientras la imagen de su belleza le arrancaba más sollozos y lo
enterraba.
Lo había
llevado hondo, el calor del cuerpo y el frío del olvido, subiendo a las puertas
del paraíso para salir por la de servicio, hacia el infierno. Del recuerdo de
las risas al llanto del mismo, lo llevó de ser un niño de luz a un vejestorio,
eterno otoño, sus hojas, arrugas, disimulado amor y externo dolor.
Amar no era lo
mejor que sabía hacer, amar era lo peor que le podía pasar.
Sentado en la
esquina más espesa y oscura del callejón jugaba con el reflejo de una lejana
luz sobre el filo de su cuchillo.
Y recordaba.
No había
conocido a sus padres, lo habían abandonado al nacer, y él suponía que era por
su aspecto, que al ver a su hijo deberían de haber pensado que era un monstruo
(él lo pensaba). Por lo que consideraba que había nacido cuatro horas después
de su nacimiento natural, y lo había hecho frente a las grandes puertas dobles
de la Catedral
de Notre Dame, un viernes que la lluvia intento borrarle el rostro y la joroba.
Inútil
intento.
martes, 18 de septiembre de 2012
Sobornando las Horas
Las agujas no
se movían desde hacía días, había perdido la noción del tiempo, solo distinguía
el día y la noche. Recubierto su cielo de una capa de hielo, veía la claridad
del sol reflejada por gotas heladas; titiritaba su alma en la soledad inmensa
de la cápsula.
–Manejar el
tiempo a nuestro antojo, ¿te imaginas? –retumbaban las palabras de Juan Segundo
en su memoria helada. Juanse estaba ahora quien sabe donde, quién sabe cuando,
que era peor. Ni él sabía cuando estaba, o si estaba en realidad, o si solo
quedaba la sensación de vida, recuerdos que acompañan al alma en la elevación
(o caída).
El hielo se
movía como si fuese una cúpula gigante movediza, como la de los grandes
estadios de fútbol, los más modernos. Se dio cuenta, segundos después de
despertar, que en realidad no era tanto lo que se movía el hielo, sino el
tiempo.
Corría libre,
volaba libre, caía emancipado.
Los números
corrían a una velocidad vertiginosa, mareándolo desde la incredulidad de lo que
había logrado (habían logrado, Juanse tenía igual de crédito
que él, aunque solo haya puesto el dinero), que la máquina del tiempo funcionara,
¡¡¡y como!!!.
Se habían
apurado, pensó ahora; deberían de haber probado de alguna manera como
funcionaba, si sus cuerpos durarían un segundo al menos dentro de la máquina o
serían reducidos a polvo ni bien el tiempo pegase el salto previsto.
–La
oportunidad se presenta una vez en la vida, me refiero a este tipo de
oportunidades –le dijo Juanse una sábado a la noche mientras ambos deambulaban
por el laboratorio con unas tazas de café frío sobre sus escritorios
desordenados. –Manejar el tiempo a nuestro antojo, ¿te imaginas?
No, no se lo
imaginaba.
Y si se lo
hubiese imaginado, seguramente, no hubiese sido como lo era ahora, en ese
tiempo, su tiempo. ¿Cuándo estaba?
La máquina se
detuvo al fin, la idea había sido una vez puesto en marcha el mecanismo,
manejar el tiempo hacia delante o atrás.
–Atrás es
mejor, al menos sabemos con lo que nos podemos encontrar. –se le había ocurrido
sabiamente.
No tan sabio,
el meterse dentro.
Tardó solo
unos segundos en caer rendido a un lado de la cápsula, el sol no estaba, solo
se veía una luz escasa y espesa intentar pasar por las grandes nubes de polvo
que cubrían todo. Intentó volver a la máquina, pero murió antes de poder
siquiera subirse a ella, solo alcanzo a ver que había viajado 65 millones de
años al pasado.
“Manejar el
tiempo a nuestro antojo, ¿te imaginas?”.
No, el tiempo
es quien nos maneja a su antojo.
viernes, 14 de septiembre de 2012
Colapso
Nada de nada podía devolverlo con
los demás, cansado de los fríos e indiferentes espejos deformes, de los
caballos de madera y cisnes petrificados; cansado de los asientos vacíos, de
las luces apagadas y voces olvidadas.
Cansado de los cuerpos
putrefactos, de las manos que no podía aferrar, de los autos sin combustible,
las rockolas sin electricidad y sus canciones que se evaporaban de la memoria,
la comida que no podía saborear, de las camas que no lo podían abrigar.
Pero lo que más le aturdía, era el eterno recuerdo de ser
quién dio la orden equivocada, transformándolo en el único fantasma del
Apocalipsis.
lunes, 10 de septiembre de 2012
La Nada
El Juez levantó
la vista, la sala llena respiraba el virus de la venganza y el dolor profundo.
–Que se
levante el acusado –dijo.
Un hombre
pequeño, flaco y que llevaba anteojos grandes para su rostro se levantó de su
silla y erguido, le sonrió a todos. Lo acusaban de matar a un verdulero,
maniatar a sus hijos de 10 y 6 años para después violar a su mujer.
–Lo sentencio
a nada. –anunció el Juez.
Un hombre que
había llegado a la Argentina
hacía solo un par de semanas escuchó el veredicto y con el rostro confundido miró
a su hermano que hacía una pasantía en Tribunales.
–¿Dijo nada?
–susurró la pregunta al oído de su hermano.
–Sí, la justicia quitó la palabra “perpetua” de su vocabulario. Se dieron cuenta de la incongruencia y como nada es para siempre...-
–Sí, la justicia quitó la palabra “perpetua” de su vocabulario. Se dieron cuenta de la incongruencia y como nada es para siempre...-
(No pude no
expresarme luego de esta noticia http://www.codigomardelplata.com/ver_noticia_mar_del_plata.asp?codigo=9469
)
viernes, 7 de septiembre de 2012
martes, 4 de septiembre de 2012
Amanece en la Ruta
El auto tosió varias veces antes
de parase al costado de la ruta y en el interludio del día y la noche se
maldijo como nunca lo había hecho. Quedarse sin combustible era absurdo, trató
retroceder sus pasos hasta el momento de subir al auto, creía que había mirado
el medidor; pero no estaba seguro.
Recordaba
haber limpiado la casa desde la habitación bajando la escalera y hasta la
entrada, recordaba haberle dado de comer al perro antes de entrar, recordaba
las luces que esquivaba mientras llegaba a la casa, recordaba haberse levantado
esa mañana con un nudo en la garganta, recordaba las lágrimas y la impotencia,
recordaba haberla descubierto.
Pero
no recordaba haber mirado el medidor de combustible.
Bajó
del auto, abrió el baúl y sacó el cuerpo, lo calzó al hombro y comenzó a
caminar por la ruta en búsqueda del amanecer.
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