Las agujas no
se movían desde hacía días, había perdido la noción del tiempo, solo distinguía
el día y la noche. Recubierto su cielo de una capa de hielo, veía la claridad
del sol reflejada por gotas heladas; titiritaba su alma en la soledad inmensa
de la cápsula.
–Manejar el
tiempo a nuestro antojo, ¿te imaginas? –retumbaban las palabras de Juan Segundo
en su memoria helada. Juanse estaba ahora quien sabe donde, quién sabe cuando,
que era peor. Ni él sabía cuando estaba, o si estaba en realidad, o si solo
quedaba la sensación de vida, recuerdos que acompañan al alma en la elevación
(o caída).
El hielo se
movía como si fuese una cúpula gigante movediza, como la de los grandes
estadios de fútbol, los más modernos. Se dio cuenta, segundos después de
despertar, que en realidad no era tanto lo que se movía el hielo, sino el
tiempo.
Corría libre,
volaba libre, caía emancipado.
Los números
corrían a una velocidad vertiginosa, mareándolo desde la incredulidad de lo que
había logrado (habían logrado, Juanse tenía igual de crédito
que él, aunque solo haya puesto el dinero), que la máquina del tiempo funcionara,
¡¡¡y como!!!.
Se habían
apurado, pensó ahora; deberían de haber probado de alguna manera como
funcionaba, si sus cuerpos durarían un segundo al menos dentro de la máquina o
serían reducidos a polvo ni bien el tiempo pegase el salto previsto.
–La
oportunidad se presenta una vez en la vida, me refiero a este tipo de
oportunidades –le dijo Juanse una sábado a la noche mientras ambos deambulaban
por el laboratorio con unas tazas de café frío sobre sus escritorios
desordenados. –Manejar el tiempo a nuestro antojo, ¿te imaginas?
No, no se lo
imaginaba.
Y si se lo
hubiese imaginado, seguramente, no hubiese sido como lo era ahora, en ese
tiempo, su tiempo. ¿Cuándo estaba?
La máquina se
detuvo al fin, la idea había sido una vez puesto en marcha el mecanismo,
manejar el tiempo hacia delante o atrás.
–Atrás es
mejor, al menos sabemos con lo que nos podemos encontrar. –se le había ocurrido
sabiamente.
No tan sabio,
el meterse dentro.
Tardó solo
unos segundos en caer rendido a un lado de la cápsula, el sol no estaba, solo
se veía una luz escasa y espesa intentar pasar por las grandes nubes de polvo
que cubrían todo. Intentó volver a la máquina, pero murió antes de poder
siquiera subirse a ella, solo alcanzo a ver que había viajado 65 millones de
años al pasado.
“Manejar el
tiempo a nuestro antojo, ¿te imaginas?”.
No, el tiempo
es quien nos maneja a su antojo.
Si, el tiempo se evapora, nosotros solo somos pasajeros de él.
ResponderEliminarUn beso
Al final nosotros también nos evaporamos.
EliminarGracias Eva, bienvenida.
El tiempo nos devora y nos traspasa la piel, por eso mejor quemar el humo de todos los relojes y salir al viento a lamernos sus heridas y perder el respeto a ese tiempo.
ResponderEliminarUn beso Walter, buenísimo texto.
El tiempo es nuestro dueño en fin, solo nos queda como decis vos "quemar el humo de todos los relojes"
EliminarGracias MJ.
Un beso para vos tambien
Y LO PEOR DE TODO, ES QUE NOS ADAPTAMOS. UN GUSTO VISITAR SU ESPACIO.
ResponderEliminarUN ABRAZO
Así es ReltiH, somos como un camaleón que chupa tiempo.
EliminarEl gusto es mio que andes por acá.
"El tiempo es una droga, en cantidades excesivas, mata" Tu relato me hizo recordar esta frase que la guarda desde que la conocí. Muy buen relato, Walter! Un placer leerte!
ResponderEliminarMuy buena frase Bee.
EliminarUn placer que andes acá.-
:)
ResponderEliminarImposible sobornar al tiempo, no?
ResponderEliminarSaludos, Walter.
El tiempo se deja sobornar, lo que no hace es dejarse gobernar.
EliminarGracias Luna.-
Impresionante. ¡Qué final!
ResponderEliminarMuy bueno, Walter.
Saludos.