Aquel día la sala de guardia del
Hospital Rivadavia fue una locura. No se si el común de la gente recordará lo
que sucedió el miércoles 22 de febrero de 2012 en la estación de trenes de Once
a eso de las 08:33 antes del mediodía; en cambio para mí ese será un día que no
olvidaré jamás. Y evidentemente los acontecimientos de esa mañana se me
presentan ahora como los viejos fantasmas de las navidades pasadas que sometían
a Ebenezer Scrooge en el cuento de Charles Dickens.
Nos enteramos del accidente del
tren de TBA por mensaje de texto y, salvo quienes ya estaban en el hospital o
aquellos que estaban fuera de la ciudad, todos los médicos, enfermeras y demás
personal indispensable para tratar tal tragedia nos presentamos inmediatamente.
El primero en llegar fue un hombre
de unos 55 años, albañil me enteré después, venía atrás del segundo vagón, casi
colgado. Tenía una importante contusión en el cuero cabelludo, golpes varios y
había sufrido aplastamiento en la región del tórax; fue inmediatamente
estabilizado y una vez que vi que el corte en el cuero cabelludo solo era
cerrado sin compromiso del cráneo, lo dejé en manos de la enfermera y me volví
para atender justo al que, a la postre, sería mi paciente más importante.
Entró junto a dos paramédicos del
SAME, el ambo celeste de uno de ellos estaba muy manchado de sangre, supe de
inmediato, llámenlo intuición médica, que el paciente iba a presentar uno de
los desafíos más importantes de mi carrera.
Y no me equivoqué, hoy hubiese
preferido haberlo hecho.
Les hice señas de que lo coloquen
en la segunda camilla del shock room, en todo el apuro debo reconocer las
buenas pericias de los paramédicos que, a pesar de la locura del día,
trabajaban con el mayor de los cuidados.
–Esta muy jodido –me dijo el de
las manchas de sangre. Su mirada era muy preocupada y evidentemente no estaba
preparado para lo que le deparó ese día, pero lo disimulaba con mucho
profesionalismo.
–Supongo que tiene una dislocación
de rodilla –agrego el compañero, un hombre de unos 45 años, con unos kilitos de
más, bigote entrecano y manos regordetas. –Fractura de fémur, posible
aplastamiento de tórax y… –hizo una pausa preocupante. –Los bomberos lo sacaron
de debajo de uno de los asientos, tiene muy jodido los miembros inferiores y
mucha perdida de sangre.
Al decirme eso miré los pies del
paciente, al verlos en el estado que estaban me preocupe, pero lo que más me
alarmó fue el tamaño, eran pequeños.
No debía superar los 7 años, lo
miré por primera vez a la cara. Tenía los ojos semiabiertos, el pelo corto
negro y revuelto, la carita redonda y el pecho que apenas se inflaba con la
débil respiración.
–Están haciendo un trabajo
excelente –fue lo que pude decirles. La mirada de ambos me demostró que poco
les importaban mis palabras y que, el sentimiento que los embargaba era
impotencia.
–Volvemos a Once –me dijo
displicente el más veterano, se giraron y se perdieron por la puerta de vaivén
del shock room.
Trabajamos mucho con este chico,
una criaturita cuyo pecado había sido acompañar a su tía a Capital, todo porque
a sus padres les había tocado el turno noche en la fábrica.
Laburamos* con mucho nerviosismo y
apremio, todos estamos preparados para algo así hasta que nos damos cuenta de
lo contrario, siempre nos falta el centavo para el peso.
Yo creo que hice todo para
salvarle la vida a ese niño, aunque tuve un pequeño desencuentro con una de las
instrumentistas, la recuerdo visiblemente afectada, nerviosa, en un extremo que
nunca le había visto. La conocí en mi residencia y años después seguí con ella en
la mesa de cirugía, creo que las tragedias no nos preparan para soportar la
carga emotiva, la carga social a la que nos someten los medios y por supuesto
la carga más pesada, la culpa.
Pero, a mí me faltó una. Y estaba
por conocerla.
Después de tres horas de
operación, el corazoncito de ese niño, dejó de latir.
Recordarlo me hizo llorar, nunca
en mí vida había sentido ese vacío en el pecho, de esos vacíos extraños que
solo pueden explicar quienes han pedido un hijo. Un vacío lleno de un estambre
de incapacidad, culpa, furia divina y una tristeza inimaginable.
Las figuras negras que tenía
frente a mí en ese sótano, eran los padres del chico. Recuerdo sus caras
desesperadas entrar al hospital, recuerdo a esa mujer joven llorar como pocas
veces vi llorar a alguien, recuerdo al hombre con su mirada perdida sabiendo
que no era la mirada lo más importante que había perdido. Observé en sus ojos
mientras les decía que su hijo no lo había logrado, todas las imágenes de una
vida que no seguiría camino junto a él.
Y por último recuerdo las palabras
de esa madre.
–¿Ve este cinto? –me dijo
señalando la cintura de su marido. –Es el último recuerdo que tenemos de él, se
lo regaló hace una semana con esos brillantitos que pegaron sus manitos.
Apenas podía hablar esa mujer.
–La van a pagar. Todos la van a
pagar –sentenció en medio de un llanto incontrolable.
Recibí denuncias en mi contra y no
solo por este caso en particular, el dolor de un ser querido que parte en medio
de una tragedia que llega sin avisar, es indescriptible. Y las cosas que son
capaces de hacer esos familiares, ahora sé que también.
Las culpas eran echadas a diestra
y siniestra, el Estado que era TBA, TBA que era el chofer, el chofer que los
frenos no funcionaban, etc, etc… El Juez Federal Claudio Bonadío que entendía
en la causa, había ordenado varios allanamientos. Encarcelaron y liberaron
después a los responsables de TBA y todo en la nada.
No se que habrá sido de los
responsables, pero tenía una vaga idea.
Si a mi me había tocado esta
parte, suponía que los responsables de semejante tragedia todavía estaban
sufriendo en algún sótano olvidado de la mano de Dios.
–¿Voy a morir? –pregunté mientras
otra lágrima caía hacia el vacío.
–¿Usted que cree? –me retrucó la
voz del hombre.
–Qué no lo merezco, que no merezco
morir. No hice nada.
–Exacto doctor. Usted no hizo
nada… nada de nada –intervino la mujer.
–Ustedes no estuvieron ahí, no
saben todo lo que hice. No saben todo lo que me esforcé por salvarle la vida,
no saben…
–Doctor.
–…Todo el esfuerzo que puse para…
–Doctor.
–…Que no se muriese ahí, es
horrible que una criatura se…
–Doctor.
–…Muera en tus manos…
–Doctor!!!
–…
La mujer sacó un cuchillo
demasiado grande para su mano, el mango era claro y ancho y el filo... Bueno,
el filo se veía inmenso, sonriendo desde los destellos que salpicaba su hoja
pura y fría. Pero ella no sonreía, tenía la mirada perdida y su presencia se me
hacía distante. Me vino a la mente la cantidad de veces que escuché decir “emoción
violenta” después de un asesinato. No se si lo entendía del todo, pero esos
ojos idos los pondría en una foto al lado de la descripción como acto previo.
Se me acercó muy lento, pensando
cada uno de los pasos, tal como si los hubiese repasado una y mil veces cuando
se acostaba a dormir.
Fuera parecía que se estaba
desatando una tormenta, azotes se escuchaban como si el viento hiciese que las
ramas de los árboles rascaran el techo y el viento levantara basura que se
estampillaba en las paredes.
Pero no era una tormenta.
La mujer paró en seco y volteó.
El hombre, que había quedado
observado desde donde estaba, le hizo una seña con la cabeza, ella blandió el
cuchillo frente a mis ojos y se lo guardó. El hombre le extendió la mano y
ambos se alejaron por la escalera dejando la puerta abierta y a mí colgando con
los muñones de los pies palpitando como si dos manos gigantes de piedra
ardiente me las apretasen y soltasen una y otra vez.
Mi conciencia iba y venía, el
dolor de los miembros amputados se hacía insoportable, parecía que ese dolor
tomaba cada uno de los nervios y los utilizaba para subir agarrándose con
fuerza y trepar hasta mi corazón. Creí que no pasaba de esa, pero es
sorprendente cuando uno pelea desde lo más profundo de su ser, es increíble como
un cuerpo maltratado puede soportar la muerte, irle de visita y volver.
Así y todo, me desmaye...
*Laburar: Lunfado, Laburar que proviene del verbo italiano lavorare (trabajar)
Bueno gente, esta entraga es mucho más tranqui quizá.
ResponderEliminarEspero pasen un buen fin de semana (mientras yo veo como salgo de este brete).
Abrazos a todos y muchas gracias por seguir la historia!!!
Comencé a leerlo creyendo que era un relato aislado, sin percatarme de que era el final de la historia. Imagina mi sorpresa cuando de repente enlazamos con el secuestro... me quede materialmente sin habla. Cuánta insensatez, cuánto sufrimiento... supongo que la rabia nos transforma en animales de la peor especie. Fantástico, Quentin, digo Walter ;)
ResponderEliminarMuchas gracias Mere, creo que nadie sabe de lo que es capaz hasta que vivimos una experiencia tan dolorosa. Yo creo que no haría nada como ellos, pero solo creo, no puedo asegurarlo.
EliminarEl Lunes publico la última parte.
Gracias por lo de Quentin, pero ese creador es inigualable.
Besos Mere.-
Bueh, me tenés atrapada en esta trama. Hace días no hago mi recorrido y volví a ver como ibas, espero siga, se me voló la imaginación, te vi como una oruga casi colgando sin piés, muñones palpitantes ¡Bien! Tantas veces tenemos es dolor que nos podría llevar a querer matar alguien. Quedo esperando más. Un abrazo Walter, con cariño amigo.
ResponderEliminarTomate tu tiempo Lyliam que esto de publicar en entregas no es de lo mejor.
EliminarEl dolor del alma no lleva por caminos que no sabíamos que podíamos andar.
Cariños amiga.-
ese día hasta nosotros nos paralizamos escuchando las noticias
ResponderEliminarel dolor y las tragedias son parte de nuestro adn social
es sin duda un desarrollo más pausado en su ritmo esta entrega Walter
así se da tiempo al lector para ir armando el puzzle y visualizarlo en pleno
felicitaciones
abrazos y buen fin de semana
Licha, esa noticia como la de Cromañon (que estaba viendo en vivo ese sábado sin poder dormir), son de las que quedan grabadas en la mente. Hoy la traje quizá por ser fresca.
EliminarGracias como siempre por pasar y tomarte el tiempo.
Besos y buen finde!
Me quedé pensando que tal vez por esto los verdaderos responsables, que suelen ser poderosos, no dan la cara.
ResponderEliminarPagan justos por pecadores, como se suele decir.
Walter, ya vi que tienes que salir de este brete, así que confío en este talento tuyo para que no tardes en salir porque la historia está interesante.
Besos,buen finde
No dan la cara porque son cobardes y codiciosos, así de simple.
EliminarBesos Verónica.-
que buena historia... esperemos el desenlace final.
ResponderEliminarAquí en mexico se vive hoy día algo similar... secuestran por 4 pesos y destruyen patrimonios, vidas, en fin el poder en manos de los poderosos.
esperemos el final... SUERTE
y como siempre un placer leerte. aunque tiemblo, sudo y me desespero por llegar al final jajajaja
Me he enterado lo que vive Mexico hoy día, también en Argentina o EEUU, hay una mano gris que está tocando todo.
EliminarAbrazos Carlos!
Fascinante. La realidad de lo vivido en aquella tragedia, en una mezcla genial con la gran fantasía de tus letras.
ResponderEliminarLa descripción del ambiente, del viento, cuando la mujer no lo deja hablar y se acerca con el cuchillo, monumental: nos lleva a tus lectores hasta allí, como viviendo el momento.
Fantástico.
Nos quedamos esperando por la conclusión...
¡Saludos!
Gracias Juanito!!!
EliminarYa publico la última parte.
Abrazos!
Impresionante giro el que le diste a la historia! Me quedé asombrada. Terrible situación. Momentos que desencadenan hechos imprevisibles, fatales... Cuánto dolor, rabia, locura. Un lujazo leerte, mi amigo! Buen finde y espero el final de esta joya que estás puliendo. Un abrazo!
ResponderEliminarLa verdad que ni yo sabía quién era el hombre que colgaba y tampoco sé porqué se convirtió en Médicos y menos que haya estado en esa tragedia; pero así son los cuentos ¿no?. Tienen vida propia!
EliminarAbrazos Bee!!
hola walter uf que fuerte de principio hasta el final, me enfrasqué en la lectura y cuanto sufrimiento hay en este relato diossss me he quedao tocaita, la locura llega sin llamarla besitosssssss
ResponderEliminarLa locura está latente en todos, solo hay que rezar para que ese dedo que sabe, no venga a presionarlo.
EliminarBesos niña!
Por favor Walter...¿cómo no recordar esa tragedia?.
ResponderEliminarMe has dejado medio muda, impresionante.
Te dejo un abrazo y espero la última parte...
No te quedes muda, que hay que tener garganta para gritar!!!
EliminarBesos Cristina :)
ya se viene la última parte!
Otro abrazo y mi admiración querido amigo...
ResponderEliminarGracias Aris... admiración para Mandela ó Marita Verón, acá soy un humilde aspirante a escritor.
EliminarBesos niña y gracias otra vez!
Hola Walter, buenas noches,
ResponderEliminartú diras, pero te leo con el corazón en la boca...
es mas que una expresión,
buen relato...
vamos por más!
un abrazo
Ariel, debo reconocer que me alegra mucho cada una de tus visitas, una detrás de la otra como cachetada de loco y todo para ponerte al día con este relato en capitulos.
EliminarMuchisimas gracias.-
Qué gran acierto el incluir algo real, Walter. Le da fuerza a la historia, la magnifica.
ResponderEliminarMe gustó mucho, te felicito.
Saludos.