No veía nada, no oía nada y no sentía nada.
Solo había en mi, olor a moho.
Cuando desperté me encontré
desorientado, mareado de oscuridad e imágenes inconexas producto de mí alocada
mente que buscaba con frenesí darme una referencia. El silencio era tal que
parecía zumbar a mí alrededor, aleteando como unas diminutas luciérnagas ciegas
en mis oídos que chocaban con las paredes y cosquilleaban en los tímpanos.
Nada se veía.
Traté de mover las manos pero fue
en vano, intenté con las piernas pero el resultado fue el mismo, sentía un
apretujón en el pecho y la sangre que parecía costarle recorrer mis venas.
Moví un pie. No hubo gran problema
al hacerlo, solo que; no sentí nada debajo de ellos.
Mierda…, estaba colgando.
Intenté gritar, un poco por miedo
y otro poco para no sentirme tan solo y desbordado; el caso fue que el grito
murió antes de nacer. Una cinta me cruzaba la boca.
Horrorizado me di cuenta de una
sola cosa, no había llegado a ese lugar por ningún tipo de accidente, estaba
ahí en esa habitación fría, oscura y herméticamente silenciosa porque alguien
así lo había deseado.
No podría describir con palabras
el sentimiento al descubrirme en esa postura, ni decir que los latidos del
corazón querían partirme el pecho podría expresarlo apropiadamente; nada en
este mundo prepara a alguien para semejante descubrimiento.