En
el grupo eran cuatro, cinco con él. Había dos hombres y dos mujeres, su entrada
ahora inclinaba la balanza hacia los grandes consumidores de testosterona.
Echó
una rápida y temerosa ojeada al grupo que se encontraba en medio de la sala, en
el extremo más alejado del pésimo círculo que intentaban hacer había un hombre
de unos cincuenta años, llevaba una tupida barba rojiza con motas blancas, era
panzón y bastante ancho. A la izquierda del hombretón estaba el segundo varón,
llevaba unas viejas gafas pasadas de moda, tenía el pelo graso y parecía que su
madre lo había peinado, solo la ropa no conjugaba del todo bien con el aspecto
de su rostro, una remera negra con una calavera en llamas, unos jeans gastados
y botas militares. Las dos mujeres estaban prácticamente de espaldas, solo pudo
advertir que una era rubia de rulos y la otra llevaba el pelo corto y lo tenía
de color castaño.
La puerta se cerró tras de sí con un
pequeño golpe que lo exaltó, era de esas que cierran solas, recorrió con la
vista nervioso el salón pero no vio a Scatularo, por lo que decidió quedarse
ahí mismo, en la entrada.
La idea de contar sus cosas a
totales desconocidos no era muy placentera, ¿pero desde cuando alguien con un
doctorado había dado ideas placenteras para recuperarse de alguna dolencia?.
Escuchó la discusión entre sus voces la primera vez que había visitado al
Psiquiatra, pero había tratado de ocultar ese hecho, quizá estuviese mejor sin
las voces, aunque sería difícil desprenderse de ellas ya que lo habían
acompañado por mucho tiempo, demasiado tal vez.
Dudaba de esas palabras, dudaba de
que todos fuesen iguales ahí o en cualquier lugar, nadie era igual al otro,
solo parecidos.
Una de las mujeres se giró en el
asiento para verlo, era la rubia.
Su mente había jugado a construir
una cara para ese pelo, se había esforzado mucho dibujando mentalmente unas
hermosas líneas, pero ni su imaginación había podido con la naturaleza. Era
realmente hermosa, la piel parecía de una oscura porcelana, sus labios tenían
unos trazos perfectos que dejaban un pequeño y erótico orificio justo en medio,
ojos verdes claros que semejaban a un lago tranquilo parecían absorberlo. Pero
tenía algo raro, todo ese hermoso conjunto estaba como borroneado, como si sus
rasgos todavía hubiesen estado húmedos y el pintor le hubiese pasado una brocha
seca. Era como ver un rosedal por detrás de un vidrio empañado.
–Vení, sentate acá – le dijo la
chica iniciando una sonrisa que desapareció casi al instante.
Volvió a dudar, ese circulo de
personas era terrorífico, caras lánguidas que parecían reflejar un
estancamiento en su rehabilitación, si es que tal palabra existía en ese
ámbito.
Oyó vaciarse un tanque y correr el
agua en un baño, miró hacia el extremo más alejado de la sala y pudo divisar
una puerta sombría, segundos después la misma se abrió y apareció el Psiquiatra
abrochándose el cinturón.
–Bueno, empecemos de una vez – dijo
el psiquiatra levantando la vista de su cintura sin ver a Mateo de pie en la
entrada.
–El nuevo está acá – anunció casi
sin importancia el de la remera con la calavera.
Scatularo miró hacia la entrada y lo
vio inmóvil, con la vista clavada a los pies.
–Mateo, pensamos que no ibas a venir
a tu primer sesión – intentó animar de manera absurda, si ese era un buen
psiquiatra él podría tener visión de rayos X. – Pasá y sentate que te presento
a tus compañeros.
Mateo obedeció buscando la silla que
la rubia le había mostrado, la corrió un poco hacia atrás desfigurando aún más
el mal circulo de sillas y se sentó.
El Psiquiatra sacó un cuadernillo un
tanto ajado que tenía prendido una lapicera Parker, la sacó y abrió el
cuaderno, anotó un par de cosas (Mateo supuso que escribió su nombre y unos
puntos suspensivos) y levantó la vista al grupo buscando los ojos del nuevo.
–Bueno chicos, él es Mateo – dijo
con un gesto de cabeza hacia el chico. –Tiene trece años y al igual que
ustedes, escucha voces.
Esas
palabras le golpearon el pecho, era la primera vez que alguien decía algo así
de él y frente a personas totalmente desconocidas, fue un duro golpe que se le
instaló en la garganta impidiendo que pase la saliva.
El
psiquiatra pareció notar el golpe, como si lo estuviese esperando.
–Insisto, como ustedes escuchan
voces, él también. Y estamos acá para superar este trauma ó aprender a vivir
con ellas, como ustedes quieran, es una decisión personal, yo solo soy el medio
para que consigan una mejor calidad de vida – hizo una pausa y bajó la vista al
cuadernillo que descansaba en sus rodillas, se acomodó los anteojos y cruzó las
piernas. – Ahora, Mateo, ellos son, Manuel, José Luis, Azucena y Lucrecia.
Ninguno de los cuatro dijo nada, se
limitaron a mirarlo. Manuel, el hombre de prominente barba rojiza apenas le
echó el ojo, Azucena, la hermosa rubia, le sonrió mientras lo hacía (ó eso
creyó), Lucrecia, a quién no había visto hasta el momento, fue la única que le
hizo un gesto al menos levantando la barbilla para saludarlo. Pero sintió la
penetrante mirada de José Luis, lo observó con el rabillo del ojo como lo
miraba. Haciendo acopio de
fuerzas lo observó también, aunque solo fuese un segundo y medio, tiempo
suficiente para percatarse de que le temblaba el labio inferior.
–Por ahora solo sabés los nombres y
como son físicamente, pero ya los vas a ir conociendo un poco más a medida que
pasen las reuniones. Todos son buenas personas que…
Sintió un fuerte pitido dentro de su
cabeza, supuso que era como lo que escuchaban los perros con ese silbato
especial, finísimo pero penetrante que le impedía seguir oyendo al psiquiatra.
“No
escuches las pelotudeces que dice ese boludo, es todo mentira que te vas a
curar acá ¿de que te vas a curar?, no estás enfermo. Sos superior, superior a
la manga de pajeros como esos que están ahí. ¿Escuchan voces?, puede ser; pero
vos escuchas más que voces, nos escuchas a nosotros, que somos compañeros,
amantes, amigos. No somos solo voces. ¡¡¡Una mierda lo que dice!!!, puras
mentiras. Mirálos, son perdedores, anormales, con esas caras de muertos vivos.
Pero de ese cuidate, ese es un enfermo de verdad, el de la calavera y anteojos
pasados de moda. Cuidado con ese. No te preocupes de todas formas, yo me
encargo… yo me encargo, yo… me… encarrrrr…goooo….”
–… ¿Mateo, me oís?
–Sí – dijo cansado.
–¿Estás bien?, por un momento
creímos que solo estaba tu cuerpo.
–Estoy bien – informó el chico. –
Solo estaba pensando.
–¿Pensando en que? – le preguntó
Scatularo mientras cambiaba las pierna de lugar, volviendo a acomodarse.
“Esto acaba de empezar oficialmente
con esa pregunta”, se dijo.
–Podría decirle que estoy pensando
en que mierda hago acá. – las palabras de Mateo apenas se oían, era como si
simplemente se les cayera de los labios, continuó sin saber qué diría. – A lo
que me va a decir que escucho voces, que mis padres están preocupados y otras
cosas. Ya sé, pero nunca dije que yo escuchaba voces. Nunca.
–Pero las escuchas – indicó José
Luis mirándolo directamente a los ojos. – No podés mentirnos a nosotros, yo se
que las escuchas, puedo darme cuenta.
–Basta José – le dijo el psiquiatra
tranquilamente. – Cuando esté listo lo dirá. Ahora,
Manuel, en la última reunión dijiste…
“No es de confianza ese
anteojudo”
“Para vos nadie es de
confianza”
“Por algo será ¿no?”
“Esteban esta muy
callado, como siempre que tengo razón”
“Puede ser que tengas
razón, pero lo que tramás es en lo que no confió”
“¿Mirá quién habla de
confiar?, yo no confío en nadie ni vos en mí, me parece justo. Sabés que tengo
razón, y me vas a ayudar. Nos vamos a ayudar, porque pensándolo bien, este
grupo nos puede servir, y mucho”.
Interesante esta tercera parte de la "Ventana al Arco Iris" Walter.
ResponderEliminarTodo un munco de desconfianzas y secretos.
Un saludo
Es cierto... es todo un mundo.
ResponderEliminarGracias por pasar MJ.
Abrazos
Una lapicera Parker, que detalle. Pensé en las voces-personajes de Mateo, un escape,una ventana?
ResponderEliminarSaludos, Walter.
Salió como Anónimo. Soy Luna.
ResponderEliminarQué le pasa a blogger!!!
ResponderEliminarFijate si el otro comentario se fue a Spam. Es culpa de El sucio, Carolina y Esteban!
Todos se fueron a SPAM... rarísimo... ahí salieron LUNA.
ResponderEliminarYo tenia una Parker cuando era peque jeje.
Gracias Luna!!!
Eso quisé decir Walter, mundo, pero las teclas a veces se me juntan y escribo de aquella manera..., disculpa.
ResponderEliminarUn beso
Tarde, pero vengo llegando con la lectura (voy a ver si esta semana puedo ponerme al día...).
ResponderEliminarMe gustó, se creó en este capítulo una atmósfera interesante, con personajes que, imagino darán más de sí a favor de la trama, y a favor de los enigmáticos Carla, Esteban y El Sucio.
¡Saludos!