Abrió los ojos con pereza, tenía la boca pastosa y el
pitido de la nada seguía zumbando en su cabeza como una cascabel rayada, lo
primero que vio fue el rostro de Lucrecia opacado por la luz parpadeante de un
fluorescente. Cerró los ojos con nervio, los apretó por unos segundos y volvió
a abrir. Su corazón se detuvo, al menos eso creyó. La siguiente andanada de
aire que entró por su nariz fue helada, enfriando cruelmente las fosas nasales,
laringe, estómago, pulmones. Un manto de petróleo de la Antártida.
El rostro de José Luis estaba a un
lado del de Lucrecia, sonreía por sobre la tablilla que sostenía mientras
anotaba algo, luego sus ojos se volvieron para verlo directamente.
–Puedo darme cuenta – le dijo
abriendo apenas la boca. – A mi no me podes mentir.
Se removió en el lugar.
–Tus voces, son tus demonios y tus
talismanes. Las oís, puedo darme cuenta.
Detrás de José Luis estaba el gordo
Manuel y a su lado el Psiquiatra, ambos lo miraban seriamente, como zombies
embalsamados.
Pudo darse cuenta que el zumbido
provenía del fluorescente, que su boca estaba pastosa porque estaba llena de
algodón y un protector bucal que era sostenido desde el mentón por una correa de
cuero le cruzaba el cuello. Quiso incorporarse, pero le fue inútil, de sus
muñecas nació un ardor que en otra ocasión hasta sería placentero, estaba atado
a la cama.
Gritó una gran M que se esfumó en la
habitación.
“Te dije que había que cuidarse de
ese hijo de mil puta, miralo como se sonríe el muy puto”, bramó Harry en su
cabeza.
“Tenías razón”, dijo Carolina
llorando.
“Claro que tenía razón, pero vos sos
muy boluda y buena como para aceptarlo”. “Miralos
bien a esos reventados, miralos como lo disfrutan”
“Hay que hacer algo”, dijo Esteban.
“¿Pero hacer que?”, pensó Mateo.
–¿Cómo te sentís? – le preguntó
Lucrecia. –Mateo, te voy a hacer algunas preguntas, para decir sí golpea una
vez, para decir no, dos veces. ¿Entendiste?
Mateo asintió mientras una lágrima
se le escapaba del ojo izquierdo. Golpeó una vez.
–Mateo, estás atado a la cama.
Tuviste un episodio al salir del comedor, atacaste a un par de enfermeros,
¿recordas algo?
El chico golpea dos veces y trata de
negar con la cabeza, pero no puede moverla. El zumbido de la luz se balancea
por sobre su mente a modo de gusano que deja su baba como un rastro de locura.
–¿Recordas que gritabas cambiando la
voz, como si fueses otras personas?
Golpea dos veces.
“¿Qué mieda esta diciendo esta
pelotuda?”, se mete Harry.
“Estan jugando con él Harry, como
vos dijiste”, lloraba Carolina.
–Levanten la cama –le dijo la Doctora a los dos hombres
que estaban detrás de ella, Scatularo y el gordo Manuel se movieron lentamente
y comenzaron a subir la cama hasta dejarlo con la vista a la altura de
Lucrecia. – Ahora, por favor, dejenlos pasar.
El gordo fue hasta la puerta que
estaba a la derecha de la habitación y abrió, entraron sus padres. Mateo abrió
grande los ojos y el corazón le dio un vuelco.
Sus rostros eran blancos, efímeros.
Su padre llevaba a su madre de los
hombros, empujándola a un lugar en el cual no deseaba estar, se le notaba en
los ojos llorosos y los labios paralizados.
“No te pueden ver así”, indicó
Esteban. “Como si fueses un perro sarnoso, como si fueses un monstruo que tiene
el virus que extinguirá la raza humana. Tenés que liberarte de ellos”.
Los puños se les pusieron rígidos al
igual que las piernas, sentía un calor agobiante en las extremidades y en el
pecho, como una bola de fuego pesada y contenida que se contraía. El calor se
extendió por las venas y músculos, notaba la rigidez de la fuerza recluida.
Hasta que estalló. Sus manos se liberaron de un tirón golpeando de costado el
rostro de Lucrecia que gritó de sorpresa, su cuerpo se fue hacia delante con el
envión de la explosión haciendo que su pierna derecha también se suelte de sus
ataduras y de una patada le haga volar la tablilla de las manos a José Luis. Su
madre pareció despertar del trance y se llevó las manos a la boca ahogando un
grito, su padre no atinó a nada quedando petrificado en el lugar.
“Un poco más y estoy libre”, pensó
Mateo al tiempo que una sombra enorme le tapaba la visibilidad. El gordo Manuel
le cayó encima como un Mamut rendido por decenas de lanzas, el peso del gordo
al caer sobre él le quitó el aire, haciendo que un simple siseo saliese por
entre la boca entreabierta, inmediatamente después Scatularo le sostenía la
mano libre y el gordo le aplastaba medio cuerpo incluyendo la pierna suelta.
Por
arriba de la montaña de carne y huesos apareció José Luis, con su cara rígida,
como si llevase muerto unas semanas. De pronto, su rostro se transformó en un
baile de éxtasis elevando lentamente su brazo derecho, sosteniendo una jeringa
con un líquido verdoso.
–Inyectalo nomás – ordenó la
Doctora.
Y José Luis así lo hizo.
“Te dije que teníamos que cuidarnos
de este”, dijo Harry mientras su voz se iba desvaneciendo. “Pero también te
dije que lo íbamos a usar bien”
“Tenías razón”, dijo Carolina ya sin
llorar.
“Había que hacer algo”, sentenció
Esteban.
Mateo nadaba en un lago azul
verdoso, el agua cálida lo mecía y la brisa fresca le erizaba la piel. Monedas
de sol traspasaban los frondosos árboles de la costa manchando la superficie,
salpicaduras doradas nadando sin mojarse, el muchacho se acercó y trató de
tocar una. Los dedos no parecían los suyos, inmediatamente se miró en el
reflejo y descubrió el tiempo en su aspecto. Lanzó un puñetazo al agua que
salpicó por doquier, los rayos de sol descubrieron un pequeño arco iris que le
abrió una ventana. En ella se reflejaba una hermosa mujer rubia llorando y
acariciándole la mejilla.
Era la mujer rubia del grupo de
ayuda, esa hermosa mujer que había deseado.
El en cuadro apareció Lucrecia que
la tomaba del hombro y su voz sonaba como dentro de un gran balde de plástico.
–La catatonia como le dije, le
afectó los impulsos, las motivaciones y los deseos, es como si fuesen
relegados; todo ello dejado en un segundo plano. Pero no se preocupe, su esposo
está en buenas manos – dijo y miró a José Luis que le devolvió la mirada, solo
que la de él llevaba una sonrisa.
Mateo quedó en silencio mientras las
finísimas gotas de agua se evaporaban cerrando la ventana abierta por el arco
iris.
Levantó la vista, estaba tranquilo,
el aire puro lo rodeaba como un abrazo maternal. Escuchó risas a lo lejos y
descubrió a tres personas sentadas sobre un gran tronco caído en la playa y un
poco tapado por la arena.
Un hombre vestido como un vaquero de
las películas de oeste fumaba un cigarro, mientras una niña de cabellos rizados
y rubios lo saludaba haciéndole señas para que los acompañe, ella estaba con la
cara apoyada al pecho de un hombre parecido a él que se levantó apartando a la
niña suavemente.
–Había que hacer algo – le dijo
Esteban sonriendo.
FIN
Por fin la ventana se abrió. Había quien lo esperaba...y cruzó.
ResponderEliminarUn placer, Walter. Saludos.
Por fin la ventana se abrió. Había quien lo esperaba...y cruzó.
ResponderEliminarUn placer, Walter. Saludos.
Sí, está en buenas manos: las de las personas que se hallan junto al lago azul verdoso, y que lo acompañan desde siempre. Los facultativos, en cambio, solo han conseguido aislarlo aún más.
ResponderEliminarMuy bueno, Walter, me gustó mucho.
Un abrazo, y nos seguimos leyendo.