No había
podido pegar un ojo casi en toda la noche, sumido en viajes extrasensoriales
saltando de nube a nube rellenas de algodones multicolores. El personaje de sus
sueños que no duerme, lo desafiaba con esa vacua sonrisa de cordero atado,
dientes de lobo que relucían como cuchillas nuevas de un aserradero.
Lo
conocía, no recordaba su nombre, pero no era la primera vez que lo veía ahí, en
ese mismo lugar donde sus realidades se hacían ficción y las ficciones tomaban
vida propia.
Hizo un
fuego en medio de la nada, cruzó sus piernas y lo llamó. Hablaron por horas,
saltando de un lugar a otro, leyéndose los labios rojos de una ira contenida,
con los dedos pintando con negro betún las paredes de las nubes transportadoras.
Llegaron a un acuerdo, había que respetar el primer y único ítem de la ley, “Se
vale todo”. Aunque él deseaba poner algunos puntos de verdad, su boca se
mantuvo quieta ante sus esfuerzos mientras el personaje los movía y ponía en el
suelo lo que debían respetar.
El jugo de la cósmica eternidad se vertió en sus vasos, sorbieron sendos tragos y brindaron por el futuro cercano, ese futuro que siempre se escapa por milésimas de segundos. Agarrar el presente del cuello y ahogarlo hasta que sea pasado era lo que hacían. Volvieron a brindar por eso, al personaje del sueño que no duerme, una gota se le escapó de la boca y cayó al vacío negro formando ondulaciones de filamentos grisáceos en la desolación, hay veces que el gris es bienvenido, lo era ahí, en ese instante donde el brío salta y se esconde de todo.
El sudor
lo envolvía como una sábana de aguas salidas de la profundidad del Triángulo de
las Bermudas, hielos salados de formas egipcias, pirámides de polvos siderales,
jeroglíficos repletos de serpientes y chacales, luces tenues del fondo mismo de
los ojos.
Posó los
pies en el suelo invadido de cuadros blancos y negros, millones de hormigas
plantaron sus fauces en la piel indefensa y lo hicieron trastrabillar, solo
pensaba en llegar al baño, la incontinencia lo abrumaba las noches de sueños
esenciales.
Faltaba
para la largada, el reloj titubeante mostraba sus números con vergüenza, pero
seguía enseñando los instantes pasados, llenando la bolsa de lo perdido y
archivándolo en la mente repleta de una atmósfera enrarecida.
Volvió a
la cama e intentó descansar.
Intentó
dormir.
Intentó
desprenderse del sueño y al menos flotar en soledad, pero esa sonrisa dibujada
por una mano con Alzheimer siempre lo seguía.
La mañana
lo encontró cansado, adormilado y sin fuerzas.
Estiró
los brazos hasta tocar los primeros minutos del día, le hicieron cosquillas,
pero no rió, ni sonrió, ni siquiera lo intentó.
Había que
correr, se desperezó y presto a vestirse bostezó lanzando un halito sin
confianza.
–Es
simple– se dijo. –Tengo miedo.
Se lavó
los dientes con displicencia, sin importarle las saliva infectada ó las caries
que poco a poco empezarían a carcomer la dentadura blanca y radiante. Eso era
parte del futuro, un futuro que nunca alcanzaría, tal vez las metas, sí, sí.
Las metas alcanzaría, pero el futuro seguiría esquivo, como siempre, como a
todos.
Buscó a
tientas la ropa que debería usar esa mañana, los ojos todavía adormilados solo
llevaban ráfagas de luminosidad salida de detrás de un vidrio esmerilado, el
borrón de la muñeca sobre lo recién escrito.
El futuro
que nunca se escribiría.
Manoteó
de la mesa de luz el paquete de Parliament y encendió uno, el humo inquieto
vestido con perlas de vidrio le raspó la traquea y se dirigió a los pulmones
instalándose cómodamente ahí. Una bola de brea candente, amorfa en ese instante
pero que buscaba una forma, un lugar donde instalarse y expandir sus dominios.
Lanzó el
humo que lo extasiaba desde hacía años, que lo cansaba en las escaleras
infinitas, del vaivén de las manos que lo regocijaba en la tristeza de los
ventanales empañados en los días de lluvia que sí inspiran, que lo obligan a
toser hasta sentir el puño de fuego golpeando el pecho, aboyando la inmunidad
que creemos poseer.
No le
importó y tosió, formó con los dedos un tubo y volvió a toser. Una lluvia de
bacterias con pilotos de nicotina y botas de goma inundó la palma de la mano
transformando la línea de la vida en un rápido de aguas turbias, se la miró e
inmediatamente la pasó por el costado de un jean gastado.
¿Me voy
de Jeans a esta carrera?
El
personaje de sus sueños que nunca duerme le volvió a sonreír detrás de los
ojos, con esa boca perruna colocada en la boca de lobo, ojos de cordero.
El
personaje de sus sueños que nunca duerme se estiró, le mostró los pies
enfundados en unas Nike blancas, puras y la sonrisa fue carcajada.
¿Me voy
de Jeans a esta carrera?
El
personaje de sus sueños que nunca duerme se evaporó, pero dejó el eco de su
risa dibujada en los recovecos del cerebro, nadando en el líquido encefálico,
transformado parte del eco en anclas de un oxido extravagante.
Sacudió
la cabeza y aplastó lo que quedaba del cigarrillo en el plato de las sobras de
la cena anterior, los residuos se mezclaron con la salsa del estofado frío, una
bola de barro formada con cenizas de un volcán a punto de hacer erupción, la
acidez subida al ascensor de la traquea en cuerpo de lava ardiente.
Se mojó
el pelo, pensó en peinarse, pero bastó agitar un poco la melena que le llegaba
casi a los hombros. Hubiese sido el Rey León si la rodilla lo hubiese
permitido, un rey en la selva de piernas con canilleras y botines manchados de
verde césped.
Ligamentos
cruzados, ¿existía antes?. Quizá, existe ahora que es lo importante.
Recuperar
la saliva escupida en cada partido era imposible, las bocanadas de aire que
entraban pidiendo permiso en el minuto 94.
Fue en la
recuperación donde lo vio por primera vez, aunque creyó haberlo visto antes,
tal vez en alguna esquina húmeda o en la parte superior de la tribuna, quizá
gritando desaforado agitando el alambrado que separa a los civiles de la
batalla de camisetas numeradas.
Soñó con
el una tarde de primavera, estaba nublado y húmedo, el aroma a flores flotaba
muy bajo; casi a los pies. Bajó hasta ahí para sentirlos y lo vio, los brazos
cruzados y la barbilla apoyada a ellos, como mirando TV en la punta de la cama.
–Hola– le
dijo el personaje de ese sueño que nunca duerme, y le sonrió fríamente.
Fue un
suspiro en la cúpula del mundo, helado viento que se le instaló en la base de
la columna y lo paralizó.
–Siempre
le tuve miedo, y con muchísima razón– le dijo y sin volverse subió a la cama de
su recuperación.
Las luces
blancas incandescentes parecían quemar sus retinas, envolvían la razón en
salpicaduras de algodón suspendiendo el cuerpo adormecido ante la antorcha, esa
que no lograría llevar nunca y se consumía con el paso de las hojas que se iban
trasluciendo.
Ligamentos
cruzados, sueños cruzados, personajes cruzados de un sueño que nunca duerme.
Se
enojaba con constancia, a veces por nada, arrebatado de dolores insensibles que
rasguñaban su alma robándole el regalo más importante que le habían dado. Nunca
volvería a pisar el campo de batalla, el rectángulo de cal, el área que lo veía
devorar rivales.
Y se
sumió en la desesperación de la perdida, alcoholes de colores, graduaciones
altas que vomitaban sus preciosa suerte. Consumismo de las drogas más potentes,
la factura pasada en una cajetilla de veinte soldados preparados a matar.
Cayó a lo
más profundo de las debilidades, probó de las más deliciosas carnes rojas,
labios infectados que besaban sin cesar, atando el alma con la camisa de
fuerzas que se perdían.
Cayó a lo
más profundo de las debilidades, bebió de los canteros más sucios, lamió las
baldosas del pasadizo a la perdición, sacudió los bolsillos repletos de pelusas
virulentas.
Cayó a lo
más profundo de la mismísima profundidad.
El
personaje del sueño que nunca duerme lo observaba desde que su recuperación se
transformó en la perdición de los sentidos, desde que la luz opacó el foco y
quemó el filamento que sostenía la cordura. Ahí sonrió triunfante, sabiendo que
lo tenía, que sería suyo.
Pero
hasta el alma más vieja se equivoca, hasta el ojo más sabio cree que ver una
liebre cuando es gato.
“Levantate
y anda”, dijo Jesús. Y aunque nunca creyó en esa figura, su oído más fino lo
escuchó. Y se levantó, y caminó al borde del abismo, resbalando con las piedras
sueltas, el polvillo de los huesos caídos de los miles de cuerpos.
Pero se
sostuvo.
Otras voces se
unieron al coro celestial, formaron una cadena donde los eslabones se
enroscaban en él, las manos se sujetaron firmes al cinturón de la abstinencia.
Pero la fuerza
del coro perdía conocimiento ante los susurros de ese sueño que nunca duerme,
las debilidades de la obscenidad, esa deliciosa falda ardiendo ante las brasas,
nadando en su propio jugo y condimentado con las especias del pecado poco
original.
La sonrisa
dilatándose en carcajadas excéntricas.
Pero se
sostuvo, al menos no tocó el fondo impregnado de petróleo.
Los brazos
estirados tocaron los primeros minutos de ese día, el momento en que millones
de ojos tupían las luces del firmamento, los de él se abrían.
Se cerraban
Se abrían.
Cerraban
Abrían.
Bostezó al
espejo y se contestó.
Sí, voy jeans
a esta carrera, la comodidad será guardada para la eternidad.
Desde la
planta de los pies y hasta la coronilla le recorrió un eléctrico frío
sobrenatural al oír su propia voz en medio de la tétrica habitación del
conventillo, su última morada. Lo sabía.
Encendió otro
cigarrillo mientras se subía el cierre de la campera, la primer andanada fue
intensa y se abrió paso como una arado tirado por bueyes, rasgando la traquea.
Tosió en su
mano enrollada y esta vez el río fue púrpura.
Tomó las
llaves, se rodeo el cuello con la bufanda emulando la soga de la vida que
aprieta pero no ahorca y salió al mundo.
Dócil, caminó
por la vereda repleta de huecos, baldosas faltantes de una rayuela olvidada,
baldosas que ni se miran al pasar, baldosas como árboles al costado de una vía
que lleva a la última estación.
Comenzó a
correr, el tiempo y él, palmo a palmo, palma con palmas; aplausos fáciles de
una ovación sumergida en la risa falsa del personaje del sueño que no duerme.
Sabía, corría a su lado, siempre a su lado, siempre azulado, casi morado por la
soga que aprieta pero no ahorca.
Sus pisadas
resonaban como ecos pesados en cada zancada, subían por el húmedo y espeso
ambiente hasta la sien, retumbando en las paredes acolchonadas de su oído.
Ido y
suspendido.
El jeans
raspaba la entrepierna ardiendo a fuego lento, trayéndolo al mundo de los
vivos, de los despabilados. En ese momento supo porqué había ido de jeans, para
no caer en el sueño de los despiertos, quería ver el camino real del descanso,
sentirlo, sin miedos.
Llegó a la
plaza, la meta de la carrera de su vida. Las facturas colgadas de su brazo
izquierdo, los gritos del fondo, el coro de ángeles sosteniendo la cadena.
Una vida, una
persona y la muerte que siempre llega. La única que nunca falta a la cita.
–Hoy no tengo
miedo– le dijo con el pecho inflado. –Sé quién soy, quién fui y respetaré quién
sea mañana.
El personaje
del sueño que no duerme dejó de sonreír.
–Hoy no te
tengo miedo, sé que siempre estás.
–Siempre
estoy– dijo volviendo a sonreír.
Listo como un
jugoso pollo al espiedo, rodando ante el fuego constante.
Encendió el
último cigarrillo, lo pitó largo y dejó el humo salir formando una tormentosa
nube que no llegaría a desprender su corriente, se subió al ataúd sin miedos y
se despidió.
Miraba desde
abajo las flores crecer, la sabia del sabio fundirse con sus venas, subir entre
los jugos de lluvia, proteínas esquivas, absorbiendo los minerales de un suelo
rico.
Agua y sol.
Se elevó por
entre las piedritas, su bulbo creciendo con fuerza, el tallo de la vida
anterior que lo sostenía fuerte.
Y vio la luz.
Y vio la
lengua avinagrada acercarse a él, mugiendo al verde suelo.
Reconoció la sonrisa de
ese personaje que nunca duerme, y sonrió con él, al fin de cuentas podría
volver si quisiera.
El miedo paraliza o impulsa, generalmente paraliza, lo otro entra en instinto.
ResponderEliminarEl futuro es esquivo, siempre.
El ahora, ahí reside todo.
Interesante texto.
Alter ego.
Abrazos
Gracias Verónica...
ResponderEliminarInteresante ó volado?
El miedo es miedo, hay veces que es motor de cuatro tiempos.
Perdón... me salió el post cortado... actualice y ahora sale completo.
ResponderEliminarA veces, desprenderse de un sueño no es fácil y reconocer, hacerse consciente del miedo es ya un gran paso para disolverlo.
ResponderEliminarMe ha gustado Walter, tiene este relato unas metáforas muy buenas.
Feliz sábado y todos los días.
fuerte.. muy interesante, por aquí me quedo. A veces las palabras sorprenden a quienes nos provocan. Abrazo!
ResponderEliminarDescansar y nunca dormir, que desafío...como mirar la vida desde abajo.
ResponderEliminarSaludos, Walter.
No sé, es una teoría muy particular, pero creo que los que fumamos, no necesariamente somos del tipo "miedosos", en el sentido que cada vez que encendemos un pucho, medio que nos estamos cagando en la muerte. Eso sí, correr, después de fumar, nunca..:-)
ResponderEliminarMJ: muchas gracias.
ResponderEliminarLos sueños en algunas personas se aferran con la fuerza de una utopía, pero la energía la recibe de nosotros. La gran batería que de vez en cuando necesita ser recargada.
Andrea: gracias por tus palabras y por quedarte por estos pagos.
ResponderEliminarLuna: al final vio la vida desde abajo, al menos por un rato.
ResponderEliminarBesos.
A.Torrante: soy fumador desde los 14 y a la vez hago deporte, tuve lapsos de no fumador que no pasaron los 7 meses. Hoy hago triatlón y el "uso" del pucho se hace notar. Esto de fumar me carcome los pensamientos todos los días, así nació este "relato extrasensorial" lleno de tactos, olfatos y visiones...
ResponderEliminarPD: al principio creí que lo de fumar se refería a "otro tipo de yuyo" porque convengamos que está medio volado :)