No sabía cuanto tiempo había pasado desde que los
muertos habían querido entrar, los oía con más fuerza a cada rato y eso la
estaba debilitando.
No quería dormirse aunque su cuerpo se lo pedía, sus
brazos le decían que suelte a la bebe, que la acueste a un lado suyo; que se
relaje, que nada iba a pasar. Que simplemente cerrase los ojos y descansase un
momento, tal vez, si se dormía, despertase después dándose cuenta que todo
había sido un sueño, de los malos; pero de aquellos en los cual uno cuando se
despierta solo queda la sensación de miedo, de terror, y que inmediatamente
después se evapora de su mente como una gota olvidada al sol.
Le temía a Rogelio.
La miraba a ella y al segundo siguiente clavaba la
vista a la bebe, a su hermosa Micaela; su niña de nueve meses.
Su marido estaba en silencio, con las piernas
cruzadas, la boca entreabierta y los ojos fijos, casi sin pestañear. Estaba
asustada, aterrada y con el brazo dormido de sujetar a su niña, pero no podía
soltarla, lo sabía. Su Rogelio, ya no era suyo, sino, de alguien más.
Era de EL, de ELLOS.
–Nueve meses en el vientre –dijo su marido, una mosca
cruzó de los labios hasta su frente pasando por el ojo abierto.
Primero creyó que las palabras vinieron desde afuera,
que entraron por debajo de la puerta arrastradas por el viento de la noche, que
vinieron de los muertos, de las almas en pena.
–Nueve meses con nosotros –continuó.
Afuera, los murmullos cesaron.
–¿Rogelio? –chistó su esposa con la voz apenas
audible, quebrada por el miedo.
Las velas que habían encendido estaban prácticamente
consumidas en el suelo, su hijo mayor dormía boca abajo, había tenido que
mirarlo detenidamente un par de veces para cerciorarse que respiraba.
–¿Rogelio?, ¿estás bien?
Silencio, no se oía nada. Ni la noche, ni el viento,
ni los pasos muertos y los balbuceos antes persistentes. Ni grillos, ni sapos.
Nada.
–Contestáme que te estoy hablando. No me asustes.
Su hijo se movió un poco, como si estuviese soñando;
revolviéndose en plena pesadilla.
–Nueve meses es suficiente.
–Cortala Rogelio. Cortala de verdad, hablo enserio, me
estás asustando.
Su hijo volvió a moverse.
“Ya no es tuyo”, le dijo una voz interior.
Ya lo sabía, pero no quería darse por enterada. No,
tenía que mantener las esperanzas. Rogelio era la mejor persona que conocía,
con virtudes y defectos, como ella misma. No podía pensar que su marido
intentase entregarles a Mica, no, nunca.
¿Pero, era su marido?, ¿era de ella?, ¿o estaba
transformándose en lo que rodeaba la casa?.
Lentamente acomodó mejor a la bebe en su brazo
derecho, apoyó la palma izquierda en el suelo e intentó levantarse. Se le
habían dormido las piernas, sintió la electricidad correrle desde los muslos a
la planta de los pies, como termitas pellizcando la piel, millones de ellas
haciéndolo al mismo tiempo, corriendo por debajo del cuero frenéticamente.
Corriendo y picando. Corriendo y mordiendo. Corriendo y rasgando.
–¿Juli? –llamó a su hijo. –Despertate mi amor. Dale,
despertate. Ayudala a mamá.
El niño volvió a moverse, esta vez con más fuerza.
–¡¡¡Juli, despertate!!!
Su hijo dio un respingo quedando de lado, con la
cabeza apoyada a su brazo como si fuese una almohada.
Contuvo un grito.
Su hijo tenía los ojos en blanco.
Fuera, sintió unos pasos subir las escaleras y
acercarse a la puerta.
Vio la sombra proyectada por la luna entrar por debajo
de ella, una sombra que se extendía más allá de lo que era posible, como una
mano de brea vertida sobre las tablas.
–Nueve meses en el vientre, nueve meses con ustedes.
Nueve meses es suficiente. –Cantó una voz, la voz de la sombra que entraba por
debajo de la puerta.
Sus fuerzas ya no fueron suficientes para contener el
llanto y lloró, lo hizo con ganas. Sacó potencia del miedo, de la adrenalina
que le invadía la sangre y se incorporó. Una vez en pie, comenzó a retroceder,
lo hizo hasta que su espalda chocó con la puerta de la cocina. Detrás de ella,
sintió a los muertos moverse dentro, de un lado a otro, como si la hubiesen
sentido. Unas uñas muertas rascaban la madera, parecían lobos que sienten el
aroma del miedo, olisqueando y babeando, moviéndose mecidos por el aroma a
muerte, inquietos.
La mano de brea se metió en la casa, subió por la
pared cerca del teléfono y se clavó ahí, formando lentamente el contorno de un
hombre con un sobrero alado, mezclando su lobreguez con la rugosidad de la
madera barnizada. Como la fea imagen de una bruja de halloween, la nariz
aguileña, el mentón pronunciado y la delgada línea gélida de una sonrisa
macabra.
La sombra alargó su brazo negro y acarició la cabeza
de Rogelio que seguía mirándola en silencio, con la vista clavada y sus ojos
petrificados. Su hijo sentado a un lado con la vista en blanco, en silencio,
ambos en un silencio pulcro e inconsciente.
–No te vas a llevar a mi hija, lo juro. –se defendió
la mujer entre lágrimas, con la baba de la desesperación saliendo de sus
labios.
–Si lo harás –sentencio la sombra de Bermejo. –De
todas maneras, si no lo haces vos, lo harán ellos.
–¡¡¡Nunca!!!
–Esa palabra no existe de donde vengo. Eternidad es la
palabra. Es la niña, o son ustedes.
Mónica cambió de lugar a la bebe que se despertó con
el movimiento, ya no podía tenerla con el brazo dormido, no la sentía y
necesitaba sentirla. Sabía que al despertarse lloraría, y eso quería, sentirla
viva, en sus brazos.
–Me la van a quitar muerta –le gritó.
La mano que acariciaba la cabeza de su esposo se
congeló, como si un caño de hidrógeno se hubiese roto sobre su brazo de brea.
Fuera, los muertos volvieron a su actividad, pero los
murmullos guturales fueron casi gritos, como si se lamentasen en la noche, como
las lloronas alquiladas para los velorios.
Dentro de la cocina el movimiento se intensificó, las
manos golpeaban las paredes, las voces fueron aullidos revolcándose cuerpos con
cuerpos. La puerta de entrada estalló bajo la fuerza de la pila humana,
amontonados unos a otros entraron con sus pasos torpes y las manos extendidas
buscando ciegamente el cuerpo de la mujer con la niña. Pasaron al lado de su
marido e hijo, golpeándolos con los pies y piernas a su paso, pero ellos
seguían inmóviles, como hipnotizados.
La mujer horrorizada corrió hacia la escalera con la
niña llorando mares, gritando desde su garganta rojiza. Apartó con unos
manotazos los cuerpos que se le abalanzaban mientras se obligaba a subir los
escalones, a punto estuvo de caer y soltar a Micaela cuando una mano sosa la
tomó por uno de los tobillos. Se apoyó con la mano libre y evitó la caída,
llorando las dos, llegaron a la cima de la escalera. Miró hacia abajo y vio a
los muertos intentar subir las escaleras, chocando entre ellos, cayendo
escaleras abajo unos mientras los demás los pisaban para seguir camino, en
búsqueda de su presa.
Arriba, desde su habitación, también venían los
sonidos de la muerte, la extremidad exageradamente larga, esa que alcanza a
cualquiera, esa que te descubre hasta en el más recóndito escondite.
No había salida.
No había escapatoria.
No había opción.
Buscó llorando, buscó desesperada.
Y lo encontró.
La única salida posible.
Junto a la puerta había un pedazo de madera que antes
había sido una parte de la mesa del comedor, esa que Rogelio desarmó para
tapiar la puerta. El trozo de madera tenía la forma de una estaca, era lo que
necesitaba para terminar con todo.
“La vida nueva por las vidas viejas”, resonó en
su cabeza.
Desnudó a la niña tiernamente, esfumando los sonidos
que la rodeaban, formando una cúpula entre ellas dos y las animas hambrientas.
Tomó el trozo de madera y besó tiernamente a la niña.
–Perdóname Padre, porque pecaré. –dijo Mónica.
Clavó el trozo de madera sin pensarlo mucho, quizá
había sido cobarde, tanto como lo había sido Rogelio. Pero no podía siquiera
imaginarse que harían con su niña, no quería.
Mientras la sangre brotaba y manchaba el piso con olor
a cera, intentó darle un último beso a su Mica, pero las fuerzas la abandonaron
y cayó a un lado de la niña que seguía llorando.
Lo había hecho bastante bien, se había clavado la
estaca en el lugar preciso.
Abajo, la sombra gritó como si una mano inmensamente
fuerte le hubiese apretado la garganta.
El chillido de un cuervo moribundo.
Mientras su visión se iba yendo, al igual que su vida,
vio como todo se llenaba de una niebla blanquecina. Vio como los muertos que
estaban a escasos metros de ella y su niña, recuperaban sus ojos, sus colores,
sus almas.
Y la niebla se la llevó.
La plaza que estaba frente a la iglesia paso a tener
el nombre de Mónica Peliquero, “La mujer que le devolvió la vida a Villa
Libertad”, rezaba la plaqueta.
Solo eso.
Nadie más volvió a hablar de lo que había pasado.
Ni la pequeña Micaela, que solo una vez, cuando
cumplió los 4 años, preguntó donde estaba su mamá.
–Esta en el cielo –le dijo Rogelio. –Rodeada de nubes
de humo.
Espero que alguno lo haya disfrutado, me he divertido mucho escribiendolo sobretodo porque nunca lo había hecho sobre una tema recurrente de terror como son los zombies.
ResponderEliminarSaludos y aquellos que lo hayan leído... gracias.-
:)
Menudo trabajo Walter!! La verdad es que me he angustiado bastante con todas esas imágenes que ibas describiendo tan bien, con ese asedio feroz de criaturas asquerosas y de espíritus malvados. Con el agobio sin salida de esa familia y cómo su lugar de residencia habitual, que imagino muy plácido, se transforma en un cementerio en movimiento. El protagonismo del fuerte hedor a carne podrida me parece interesante, creo que no es habitual hacer mención a eso normalmente. La leyenda, el giro que das al final, la fe ciega de la madre en que funcionará, su sacrificio... estupendo relato.
ResponderEliminarUn abrazo!!
Gracias Zavala, la verdad que no fue mucho el trabajo, este relato salió con mucha facilidad (cosa que no me sucede habitualmente), en otro blog me criticaron el final por ser "piadoso". La verdad es que el final se escribe solo, yo no lo empujé a que sea tal.
EliminarAbrazo grande amigo por tomarte el tiempo de leerlo por completo.
Muy buena historia, Walter! Lograste un ritmo frenético y sostenido. Me gustó mucho el mix que hiciste, porque jugaste de manera equilibrada con la brutalidad y con esa necesidad bien humana de pelear hasta el final. Aún inmolándose. Realmente una aventura muy lograda. Te dejo un abrazo y un pedido: Que se vengan muchas aventuras más! :)
ResponderEliminarGracias Bee.
EliminarToda una aventura que lleguen hasta acá, perdón por los olores a los que los he sometido.
Abrazo de gol (como dice un amigo mio).-
:)
Te felicito, Walter, es buenísimo, digno de ser recopilado para un libro de relatos, en serio.
ResponderEliminarEl final me ha sorprendido, pero la mujer luchó como pudo y hasta dónde pudo.
No había escapatoria real.
Un abrazo
Vero, un placer tu comentario. Voy trabajando en una recopilación de cuentos así de largos con el nombre del Blog. Ojala se dé poder editarlo.
EliminarAbrazos.-
:)
Ojalá se de, Walter, ponle ganas!!!
EliminarImpresionante!! Que bien escrito! Hubiera sido muy fuerte que ella clavara el trozo de madera en la niña. Me encantó el final. Me imagino lo que disfrutaste escribiéndolo, y sobre todo de este tema.
ResponderEliminarun abraXo!
Gracias Marilyn, mientras iba fluyendo la historia, la idea de que ella sacrificara a la niña cruzó por mi cabeza, pero el poder de Mónica, esa fuerza que solo tienen las madres me ganó la pulseada.
EliminarUn abraXo para vos también.
¡Fuerte el aplauso!
ResponderEliminarSin lugar a dudas, una gran historia.
Con todos los condimentos de la temática zombi (como te comenté en la parte 4), más episodios repletos de suspenso muy bien llevados adelante, y el terror inundándolo todo, sentido en la piel de los protagonistas. Y a eso, agregarle toda la descripción de la locación propia del campo argentino, lo que lo hace todo mucho más real, más vívido.
A mí el final me encantó. Mientras leía esta 5º parte, me preguntaba «¿cómo mi#rd@ (perdón por el exabrupto...) hará Walter para zafar del embrollo en que se metió con la bebé corriendo peligro». Y zafaste diez puntos.
Te felicito.
Ojalá veas algún día esa antología que contás publicada en papel. Ahí, quiero un ejemplar autografiado, sí o sí.
Un gustazo, como siempre.
¡Saludos!
Juanito, ante todo muchisimas gracias como a todos los que comentaron el haberse tomado el inmeso trabajo de leer los 5 capítulos.
EliminarMe pone bien que te hayas mimetizado con la "locación" y el exabrupto es bienvenido.
Gracias por todas las palabras.
Marchará uno firmado ;) si algún día sale a la luz.
:)
Que no haria una madre por su hijo? Interesante relato. Feliz Viernes
ResponderEliminarGracias Soledad, y pensar que hay madres que no deberían serlo.
EliminarBuen viernes y mejor fin de semana
Muy bueno,felicidades por tu trabajo,son de esas historias que empiezas ha leer y no puedes paraporque estas pensando en que sucedera y te mantiene ahí,esas son las buenas!!Felicidades por tu blog y te animo a que las edites.
ResponderEliminarhttp://kanito78.blogspot.com.es/
Gracias José María, tus palabras son el premio justo, ni más ni menos.
EliminarAbrazo.
:)
Espero poder arreglar pronto mi PC para poder dejarte algún comentario algo más valioso que este simple saludo.
ResponderEliminarUn abrazo virtual desde España.
Carlos, espero que el arreglo sea pronto, no porque espere un comentario "más valioso", es que sé lo que es estar sin PC para alguien que escribe y lee.
EliminarAbrazo desde Argentina.
:)
Espero que no dejes de escribir! :)
ResponderEliminarhttp://yonosoyunabarbiedeplastico.blogspot.com.es/
Si hay algo que nunca dejaré de hacer es escribir.
EliminarGracias Alejandra